Antonio Medina García

Su historia

Antonio Medina García Nació el 30 de septiembre de 1909 en Motril (Granada)
Deportado a Buchenwald el 19 de enero de 1944. Nº de prisionero 41300
Deportado a Flossenbürg el 22 de febrero de 1944. Nº de prisionero 6716
Asesinado en Hradischko el 9 de abril de 1945

Información facilitada por Antonio Medina, nieto de Antonio, y por el investigador Unai Eguia

Antonio nació en una familia humilde afincada en Motril y tuvo 4 hermanas. Estudió solo unos pocos años, hasta que tuvo edad para trabajar. En su comarca, el auge de la demanda de minerales para la industria o materia primas como el azúcar produjo una increíble necesidad de mano de obra para trabajar en las minas o en la construcción de infraestructuras necesarias para su explotación. La presa de Motril o "La mina Pepita" donde trabajó Antonio, dinamizó la economía y dio mucho trabajo en la zona, aunque mal remunerado.

Ya antes del golpe de Estado contra la II República, la movilización de los mineros andaluces era intensa. Sus duras condiciones de trabajo desencadenaban huelgas y protestas contra los oligarcas y las empresas explotadoras, reivindicando mejoras en sus condiciones de vida, trabajo y salario. Antonio no dudó en protestar por ese régimen de semiesclavitud y se integró muy joven en la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT, llegando a ser cabecilla local del sindicato. Se casó con Concepción Gómez Rubiño natural de Motril y tuvo 4 hijos: Antonio (1928), José (1930), Francisco (1932) y Carmelina (1934).

Iniciada ya la guerra, la zona minera sufrió una crisis importante pues las empresas, en su mayoría extranjeras, dejaron de explotar y la actividad cesó repentinamente. Los mineros sin recursos y sin trabajo se integraron en las milicias republicanas y la costa de Málaga se convirtió en escenario de cruentas batallas. Antonio no dudó en participar en esa lucha contra el fascismo desde el principio hasta el final. Un final que para él llegó con la ocupación franquista de Cataluña y su obligada huida hacia Francia. Era febrero de 1939.

Campos de concentración franceses y ocupación alemana

Antonio pasó por varios campos de concentración montados por la Francia democrática para encerrar al medio millón de españoles que había escapado de nuestro país. En el de Septfonds, en diciembre de 1939, se enroló en la 130ª Compañía de Trabajadores Españoles (CTE) del ejército francés. Todo apunta a que esta unidad estuvo desplegada, al menos inicialmente, en los alrededores de la localidad de Sainte-Livrade-sur-Lot. Desconocemos lo que ocurrió durante la ocupación alemana de Francia, pero Antonio o no fue hecho prisionero de guerra o logró evadirse porque evitó el fatal destino de miles de sus compañeros de otras CTE que, tras ser capturados por los nazis, acabaron siendo deportados a Mauthausen.

Su pista documental la recuperamos en el campo de concentración francés de Bram desde el que fue trasladado, ya por las autoridades colaboracionistas francesas, al de Argelès-sur-Mer el 26 de septiembre de 1940. Un mes y medio después, el 14 de noviembre, fue enviado a la prefectura de Perpiñán. A partir de aquí desconocemos si formó parte del sistema de trabajos esclavos organizado por el III Reich o si logró seguir ejerciendo libremente como minero. Lo que es seguro es que pasó buena parte de 1941 y de 1942 en la localidad de Pont d’Ain, en la región de Auvernia-Ródano-Alpes. Desde allí escribió varias cartas que aún conserva su familia. En una, fechada el 20 de mayo de 1941, en un tono desolador, pero respetuoso y pausado, Antonio le pedía disculpas a su esposa por no poderla ayudar en casa en el cuidado de sus "inolvidables hijos". Antonio continuaba recalcando que, aunque él nunca tuvo “pereza” para buscarse la vida para que ella no tuviera que “importunar a nadie”, se lamentaba de que en sus circunstancias actuales no podía hacer nada más. Esos sentimientos de impotencia y tristeza se acentuaban cuando las cartas llegaban con retraso o se perdían. El 4 de agosto de 1942, esta vez en un tono desgarrador y a la vez apesadumbrado, Antonio le pedía a Concepción más noticias porque, según decía, él le escribía con más frecuencia y no recibía tantas misivas como le gustaría. Son palabras cuidadas, sentimientos descritos desde el corazón, líneas escritas de su puño y letra desde la lejanía con una sencilla pluma estilográfica que llevaría siempre consigo.

Detenido en una redada

Entre esa fecha y mediados de 1943 Antonio se trasladó o fue trasladado a unas minas de montaña de carbón en Saboya, cerca de la frontera italiana, en la zona francesa controlada por el gobierno colaboracionista de Vichy. El trabajo era extenuante, principalmente a pico y pala porque apenas contaban con maquinaria. Poco a poco, el Partido Comunista creó organizaciones clandestinas en estas minas con el propósito de realizar sabotajes y de que se extrajera la menor cantidad posible del preciado mineral. Los trabajadores, además, tenían acceso a la dinamita, que comenzaron a desviar, ocultar y entregar a sus compañeros de la Resistencia.

El 1 de diciembre de 1943, cuando Saboya apenas llevaba 20 días ocupada directamente por las tropas alemanas, los nazis sellaron las poblaciones de Aime, Macot, Vilette y la aldea del Centro Commune de Montgirod. En represalia por los numerosos sabotajes que perpetraba la Resistencia, reunieron a los hombres que aparentemente estaban sanos y con edades comprendidas entre 15 y 65 años de edad, comprobando cuidadosamente sus identidades. La redada formó parte de la llamada operación Meerschaum (espuma de mar), orquestada por Himmler. 47 mineros, entre ellos Antonio y otros 22 exiliados españoles, fueron capturados. Aunque la mayoría tenía los papeles en regla, eso no impidió que al día siguiente fuesen trasladados a unas barracas en Albertville. El director de las minas de Aime intercedió ante los alemanes para lograr la liberación de sus hombres. Todos los franceses, excepto Antoine Miedan-Revert, fueron puestos en libertad, pero los nazis se negaron a entregar a los españoles, argumentando que eran "rotspanier" o rojos españoles. Durante 15 días nuestros compatriotas fueron interrogados y torturados en esos barracones de Albertville. Después fueron trasladados al Fronstalag de Royallieu en la localidad de Compiègne, muy cerca de París. Se trataba de un campo de tránsito desde el que los alemanes deportaban a los prisioneros a campos de concentración. Antonio recibió el número de prisionero 21791. Le acompañaba su buen amigo Juan Perez Lledó, de La Nucía (Alicante), al que adjudicaron el número 21799 y que, a partir de ese momento, compartiría con él su periplo y sus dramáticas vivencias.

Unos meses después, el 17 de Enero de 1944, Antonio fue subido a un vagón destinado al transporte de ganado. Junto a él había unos 120 hombres más. La escena de hacinamiento y desesperación se repitió en los otros 16 vagones del convoy I-171. En total había 1943 prisioneros con un destino que ellos desconocían: Buchenwald.

Rumbo al infierno

Nada más ponerse en marcha el convoy, de pie, sin agua, sin aire y sin luz, asfixiados en vagones cerrados y sellados como ataúdes, los prisioneros empezaron a sacar las sierras y pequeños punzones que escondían entre su ropa, para hacer agujeros en las maderas e intentar desencajar algún tablón y así intentar escapar. Se produjeron varias fugas. Los nazis detuvieron el tren y ejecutaron allí mismo a los evadidos que consiguieron apresar. Al resto de “pasajeros” del convoy les desnudaron como castigo ejemplarizante. Al día siguiente cruzaron la frontera y recibieron la única comida que pudieron llevarse a la boca: una sopa. Un día después, el 19 de Enero de 1944 por la noche, entraron en Buchenwald.

A su llegada al campo de concentración, Antonio recibió el traje rayado y el número de prisionero 41300. Fue asignado primero al barracón o bloque 51 y después al 52, dentro del llamado campo de cuarentena en el que los recién llegados pasaban unos días antes de mezclarse con el resto de los cautivos. Apenas terminado ese periodo, Antonio se enfrentó a un nuevo desafío. Fue el 22 de Febrero de 1944. Los SS reunieron a un buen número de prisioneros y los trasladaron a otro campo de cuyo nombre solo conocían su primera silaba: "floss". Antonio, junto a unos 700 prisioneros de diversas nacionalidades, dejaba atrás Buchenwald y a un puñado de compañeros de las minas de Saboya, pero no abandonó el infierno concentracionario. Su destino era Flossenbu¨rg, ubicado en Baviera, creado el 3 de mayo de 1938. En el campo central se trabajaba en las canteras de granito, propiedad de las SS, y a partir de 1942 tuvo que ampliarse a cerca de 100 subcampos (Kommandos) para realizar distintos trabajos, como la producción de armamento.

Antonio tuvo que desprenderse de lo poco que poseía y de lo más preciado: sus dos plumas estilográficas con las que tantas cartas había escrito a su esposa Concepción. No sabemos cómo logró conservarlas en Buchenwald, pero lo hizo. Tenemos esa certeza porque el responsable de anotar los objetos que eran requisados a los prisioneros a su llegada a Flossenbürg anotó en la ficha de Antonio: “2 Fu¨llhalter wertlos”, 2 plumas estilográficas sin valor. Lo único que recibió a cambio fue un nuevo número de prisionero: el 6716. Su amigo, Juan Pérez Lledó, seguía a su lado y recibió el 6717. Según contaron algunos compañeros de convoy, les tuvieron desnudos dos horas a merced del gélido viento y temperaturas de 15 grados bajo cero. Los deportados, entre golpes, puñetazos, y puntapiés, tuvieron que "bailar" hundidos en la nieve si no querían que los pies se les quedasen pagados al suelo. Tras 8 días de sufrimiento extremo, los SS organizaron un nuevo proceso de selección. A los más mayores y a los débiles los apartaron. Fue el caso de otro minero, amigo de Antonio, Manuel Castro Privado. Tenía 54 años y fue enviado a Mauthausen para ser transferido inmediatamente al “matadero” que era el subcampo de Gusen. Aún así, Manuel lograría sobrevivir. Los jóvenes y fuertes, como Antonio Medina y su amigo Juan fueron seleccionados para marchar a un destino aún más lejano.

Hradischko y el exterminio final

Antonio fue destinado a un subcampo llamado Beneschau, como se refleja en los libros de registro de Flossenbürg. Se trataba de un recinto concentracionario levantado cerca de un pueblo llamado Hradischko, a 40 kilómetros de Praga. El convoy con 325 "trabajadores" llegó el 5 de Marzo de 1944. La mayoría eran franceses, pero como sabemos unos 40 españoles también pasaron por ese campo. Los deportados se encontraron con un valle nevado, surcado por dos ríos y rodeado de bosques frondosos. Pronto se dieron cuenta que el nuevo destino no era mejor que lo que habían dejado atrás. Aunque en el caso del campo de Hradischko (Hradis)te?k) no se trataba directamente de un campo de exterminio, las condiciones de vida de los prisioneros eran muy duras. El trabajo físicamente extenuante duraba de 10 a 12 horas al día y la dieta era más que insuficiente; más escasa que, por ejemplo, la del campo de concentración de Buchenwald. Por la mañana los prisioneros recibían una especie de infusión de café y un trozo de pan centeno negro; al mediodía, sopa de agua con verduras o un poco de patata; por la noche una ración de 200 gramos de pan y 20 gramos de margarina. Los guardias de las SS incluso organizaron "expediciones de mendicidad" a las aldeas cercanas, donde los prisioneros se vieron obligados a obtener alimentos de la población checa. Esta situación llegó a provocar que algunos alcaldes denunciaran estas operaciones como verdaderos robos.

En estas crueles condiciones de vida muchos prisioneros perecieron en los meses siguientes. Antonio consiguió sobrevivir hasta que las tropas soviéticas se encontraban a muy pocos kilómetros del campo de concentración. Sin embargo, viendo que la derrota de su Reich era inminente, los SS decidieron eliminar a buena parte de los deportados. Todo comenzó el 8 de abril de 1945. Con la excusa de que se había producido un falso robo de armas, los nazis prepararon la masacre. Advirtieron a los presos alemanes del Kommando 13 que se colocaran en la parte delantera de la formación. En el traslado desde los barracones hacia la zona de trabajo abrieron fuego desde atrás y asesinaron a varios deportados. Al día siguiente mataron a nueve de ellos. El día 10 acabaron con la vida de once. El 11 de abril volvieron a disparar contra la formación, pero esta vez se produjo una estampida de los aterrorizados prisioneros y los SS acabaron asesinando a 28 más. Todo apunta a que hubo numerosos testigos entre la población civil y que ello, entre otras causas, provocó que no se repitiera más ese macabro ritual. Todos estos hechos luctuosos los conocemos por el testimonio de diversos supervivientes, como los deportados franceses Norbert Fillerin y Gregori Uranga.

Víctimas españolas

Entre los asesinados se encontraban, al menos, cinco españoles: Enric Moner, Pedro Raga, Ángel Lekuona, Rafael Moya y también Antonio Medina. Unos días después, el 19 de abril, tambien fue asesinado de un tiro en la cabeza Vicente Vila. Sus cuerpos, junto a los del resto de las víctimas, fueron llevados por los SS al crematorio de Praga. Habitualmente los nazis de Hradischko enviaban los cadáveres de los deportados hasta el campo de concentración de Flossenbürg donde eran incinerados. Sin embargo, las comunicaciones por carretera y ferrocarril entre ambos recintos quedaron cortadas por los sabotajes de partisanos checos y por la ofensiva final de las tropas aliadas y soviéticas. Por esa razón la ingrata tarea de deshacerse de los cuerpos le correspondía ahora a František Suchý, el responsable civil del crematorio de Praga.

Los nazis le ordenaron quemar los famélicos cadáveres siempre en el tercer turno de la noche y, después, deshacerse de sus cenizas. Cuando llegó el momento y comenzaron a desfilar por delante de él los cuerpos de decenas de prisioneros, entre los que había compatriotas checos y deportados de otras nacionalidades, Suchý decidió desobedecer. Elaboró un listado con los nombres de los prisioneros fallecidos. Tras cada incineración, depositaba las cenizas en urnas separadas a las que asignaba un número que se correspondía con uno de los nombres del listado. Finalmente escondía los recipientes en un lugar remoto del cementerio.

Acabada la guerra, las urnas fueron recuperadas y enterradas con todos los honores en un lugar privilegiado del recinto del crematorio donde se erigiría un monumento conmemorativo. Desde entonces, cada año, las autoridades checas les rinden tributo. En España, sin embargo, hasta 2021 no se supo nada del triste final de Antonio Medina y de sus compañeros ni del destino de sus cenizas. Solo gracias al trabajo de tres investigadores, dos de ellos descendientes de las víctimas de Hradischko, podemos conocer ahora todos estos detalles. Ellos son Unai Eguia, Antón Gandarias y Antonio Medina, nieto del protagonista de nuestra historia.

Más información sobre Antonio Medina García
https://enricmonercastell.blogspot.com/2021/05/84-antonio-medina-y-su-impetu.html

Más información sobre la forma en que se conservaron y recuperaron las cenizas:
https://www.eldiario.es/sociedad/localizan-cenizas-seis-espanoles-asesinados-campo-concentracion-nazi_1_8324275.html

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen