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Traslado y llegada a los campos

El martirio de la deportación comenzaba durante el traslado. Los prisioneros eran apiñados en vagones destinados al transporte de ganado. En sus puertas se podía leer una inscripción: "Hommes 40, chevaux en long 8", "40 hombres, 8 caballos a lo largo". El suelo estaba cubierto de paja y el único "mobiliario" del vagón era un bidón metálico que hacía las veces de letrina. En su interior, más de 100 hombres se afanaban en buscar las rendijas por las que inspirar un poco de oxígeno. El viaje se prolongaba durante días, en los que no se les permitía descender en ningún momento. En las primeras horas, el bidón lleno de excrementos se vertía por el suelo debido a los bruscos movimientos del convoy. El olor y el calor creaban un ambiente irrespirable. Sin apenas comida ni agua, decenas de forzados pasajeros perdían la vida durante el trayecto.

La alegría por llegar vivos al destino, pronto daba paso al pánico. Cuando se abrían las puertas de los vagones, los ladridos de los perros y los gritos de los SS recibían a los prisioneros. En ese momento era cuando los españoles se daban cuenta de que sus guardianes ya no eran soldados del ejército alemán, sino miembros de las SS. En Mauthausen, el camino desde la estación hasta el campo se realizaba por un empinado sendero de cinco kilómetros. Durante todo el recorrido, los asustados prisioneros eran golpeados, insultados y mordidos por los perros. Quienes caían al suelo eran rematados de un disparo en la cabeza.

Bienvenidos a Mauthausen

Aturdidos y heridos, los supervivientes llegaban por fin hasta el campo. Lo primero que veían eran sus imponentes muros de granito y el águila de piedra con la esvástica, que coronaba una de las entradas. Sin dejar de correr y de recibir golpes, eran concentrados en la plaza de formaciones, la appelplatz. Tras una espera que podía durar minutos o varias horas, uno de los comandantes del campo, acompañado del intérprete, les daba la "bienvenida". Ese papel le solía corresponder al capitán Georg Bachmayer, el verdadero número dos del campo. No hay ni un superviviente que no coincida en el contenido del amenazador discurso que les brindó el día de su llegada. "Vosotros, que habéis entrado por esa puerta, solo podréis salir del campo por aquella salida", les decía Bachmayer, mientras señalaba con su dedo la chimenea del crematorio.

Esas palabras aún resonaban en sus oídos cuando sus guardianes comenzaban a gritar y a golpearles para continuar con su bautismo concentracionario. Lo siguiente era quitarse toda la ropa para, completamente desnudos, pasar por unas mesas en las que prisioneros/secretarios les tomaban algunos datos personales. Después les afeitaban todo el cuerpo con navajas tan usadas que arrancaban el pelo de raíz y les rociaban con un desinfectante que les quemaba la piel. Agotados, desollados y humillados, los deportados aún debían pasar por uno de los peores trances de ese día: la ducha. Una ducha en la que recibían, alternativamente, chorros de agua hirviendo y de agua helada. Finalmente les entregaban unas chanclas con suela de madera, una cuchara, un plato y el uniforme rayado. Fueron muchos los españoles que recibieron camisas y pantalones con restos de sangre, agujeros de bala y pistas suficientes como para deducir la forma en que habían muerto los anteriores portadores de sus "recién estrenados" uniformes. Esta planificada bienvenida concentracionaria terminaba cuando los prisioneros recibían un número que sería, a partir de ese momento, su única identidad en el campo. Por ello lo llevaban inscrito en una pequeña placa metálica que se colgaban del cuello o de la muñeca. También debían lucirlo en unas estrechas bandas de tela que cosían en la camisa y el pantalón del uniforme.

El proceso de deshumanización de los deportados había concluido. Habían sido humillados, despojados de sus pertenencias, de sus recuerdos y también de esas cabelleras, cejas, barbas y bigotes que les diferenciaban de los demás. Ahora solo eran seres desmoralizados y uniformados a los que ni siquiera sus familiares más cercanos podrían identificar entre la masa rayada.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen