Portada Los culpables Los judíos que no quiso salvar Franco

Los judíos que no quiso salvar Franco

Los historiadores siguen hoy debatiendo si el régimen franquista tuvo o no un comportamiento antisemita durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que demuestran los hechos es que su actitud estuvo presidida por la indiferencia y por una desesperante pasividad. Es cierto que en España no se persiguió a los judíos y no se aplicaron las leyes discriminatorias que se impusieron en las naciones ocupadas por el Reich. También es verdad que el esfuerzo heroico de un puñado de diplomáticos franquistas permitió salvar la vida de centenares de hombres, mujeres y niños. Sin embargo, junto a esta realidad, hay otra cara mucho más terrible: Franco y su católico régimen tuvieron en su mano la posibilidad de salvar a miles y miles de judíos. Pudieron hacerlo, pero prefirieron mirar hacia otro lado.

Ideológicamente antisemitas

Durante su "cruzada" contra la República, los sublevados identificaron a la comunidad hebrea como uno de sus principales enemigos a derrotar, junto a masones y comunistas. Tras la victoria y recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, Franco reafirmó su posición ideológica. Los discursos de los miembros del régimen y los artículos que publicaba la prensa franquista aplaudían las medidas discriminatorias y de exterminio que los alemanes aplicaban a los judíos.

De puertas afuera la palabra que definió el comportamiento del régimen ante el Holocausto fue la indiferencia; al menos hasta 1944, cuando las presiones internacionales y el convencimiento de que Hitler iba a ser derrotado le empujaron a realizar gestiones para salvar a pequeños grupos de judíos. Así lo mantienen historiadores como Bernd Rother: "España solo a regañadientes y de una manera dubitativa protegió a los judíos y limitó la protección a los judíos españoles". Rother hace esa clara diferenciación entre judíos y judíos españoles porque en ella está la clave del asunto. En 1940 se calcula que había unos nueve millones y medio de judíos viviendo en Europa. De ellos unos 4.500 tenían la nacionalidad española. Había, además, otros 175.000 de origen sefardí, descendientes de los judíos expulsados de España, que conservaban sus tradiciones, su cultura y hablaban en una lengua muy similar al castellano antiguo. Franco, como decía el historiador alemán, se preocupó poco, tarde y mal de ayudar exclusivamente a quienes tenían la nacionalidad española; del resto se desentendió por completo.

Los principales hechos1

  1. No facilitó la huida de los judíos desde Francia. El criterio de las autoridades fue tremendamente variable. Hubo momentos en que la frontera permaneció cerrada y otros en que la concesión de visados se agilizó. En términos generales, Franco permitió el paso de aquellos refugiados, judíos y no judíos, que dispusieran de un visado de entrada en Portugal. No hablamos, por tanto, de una política de acogida sino de permisos de tránsito, solo posibles gracias a la disposición portuguesa de facilitar el acceso a su territorio. De esta forma se calcula que lograron escapar del genocidio entre 30.000 y 50.000 judíos. Todos ellos pasaron por España fugazmente para después dirigirse hacia otros países. No es posible saber cuántos miles acabaron en las garras de los nazis al impedírseles franquear nuestra frontera por carecer del visado portugués o de otros requisitos que, ocasionalmente, les fueron exigidos por las autoridades españolas.

  2. Madrid pidió a su embajador en París que adoptara una "postura pasiva" cuando las autoridades alemanas de ocupación empezaron a aplicar medidas discriminatorias a los judíos españoles. Sin embargo, el régimen sí ordenó a sus diplomáticos que fueran muy combativos con sus aliados nazis para que permitieran a España hacerse cargo de los bienes de "sus judíos".

  3. En enero de 1943, en pleno exterminio de la comunidad hebrea, el Reich aprobó un decreto por el que permitía a las naciones amigas, entre ellas España, repatriar a sus judíos y, así, salvar sus vidas. Las autoridades franquistas no se mostraron interesadas en el ofrecimiento e ignoraron los plazos y los ultimátum dados por el Gobierno alemán.

  4. La consigna dada por Madrid a sus diplomáticos fue la de preocuparse solo por la suerte de los judíos "de indudable nacionalidad española". Multitud de telegramas enviados desde el Ministerio de Asuntos Exteriores demuestran la insistencia de Madrid por abandonar a los desesperados judíos que no lograban acreditar suficientemente sus orígenes españoles. Franco y sus ministros sabían que eso significaba que quienes no podían hacerlo iban a acabar en las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. Lo sabían pero no les importó.

  5. Franco cesó a varios diplomáticos españoles por ayudar a los judíos. Los dos mejores ejemplos son Eduardo Propper de Callejón y Miguel Ángel de Muguiro. Propper de Callejón, desde el Consulado en Burdeos, expidió miles de visados de tránsito para judíos que deseaban huir de Francia. Lo hizo sin el consentimiento de Serrano Suñer. El todopoderoso ministro le hizo pagar su osadía destituyéndole y destinándole a Marruecos. Por su parte, el encargado de negocios de la Embajada de España en Budapest, Miguel Ángel de Muguiro, informó continuamente a Madrid sobre la discriminación, las amenazas y los crímenes que se perpetraban contra la comunidad hebrea de Hungría. Ante el silencio y la pasividad de su Gobierno, el diplomático emprendió por su cuenta y riesgo una serie de actuaciones encaminadas a proteger a diferentes grupos de adultos y especialmente de niños judíos. Su actuación indignó a las autoridades húngaras que protestaron formalmente ante el Ejecutivo español. Franco le destituyó fulminantemente.

  6. Los diplomáticos que salvaron a miles de judíos lo hicieron a pesar de Franco. Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca en Budapest, Rolland de Miota y Alfonso Fiscowich en París, José Rojas y Julio Palencia en Bucarest o José Ruiz Santaella en Berlín realizaron heroicas actuaciones para proteger a hombres, mujeres y niños. En todos los casos se tuvieron que enfrentar al silencio, la pasividad y, muchas veces, la oposición de sus superiores. Quizás el caso que reúne elementos más desgarradores es el que se produjo en Grecia. Entre 50.000 y 60.000 judíos de origen sefardita vivían en Salónica en el momento en que fue ocupada por las tropas alemanas. El cónsul español en Atenas, Sebastián Romero Radigales, mantuvo informado al Gobierno franquista de los planes que los nazis tenían reservados para ellos. Nuevamente el silencio, la indiferencia, las dudas y los cambios de posición de Madrid dificultaron las gestiones de los diplomáticos españoles. La orden de Franco seguía siendo la de limitarse a ayudar a los sefardíes de "indudable nacionalidad española" y desentenderse de todos los demás. Desoyendo estas instrucciones, Romero Radigales actuó por su cuenta y realizó diversas gestiones. Una de las más exitosas le permitió enviar hacia España dos convoyes con varios centenares de judíos. El desinterés de las autoridades franquistas por salvar a esas personas fue tal que "olvidaron" permitir el paso del segundo convoy por la frontera. Tras 48 horas de total abandono, el embajador español en Berlín tuvo que telegrafiar a Madrid para informarles de que, si no permitían el paso del tren, "el servicio competente alemán procederá a su inmediato transporte a campos de concentración en Polonia, de donde no podrán salir en ningún caso ni en manera alguna". El balance final de la gestión española en Grecia ofrece dos cifras elocuentes: alrededor de 700 judíos fueron repatriados o protegidos; 48.000 sefardíes acabaron en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau.




1Este es un breve apunte de los datos, documentos y testimonios que se recogen en el libro Los últimos españoles de Mauthausen

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen