Portada Los culpables Francia: de cómplice pasivo a ejecutor activo

Francia: de cómplice pasivo a ejecutor activo

Francia jugó un papel decisivo desde el origen de toda la historia, en julio de 1936, hasta su triste desenlace. La nación de la "Libertad, igualdad y fraternidad" jugó, paradójicamente, a favor de Franco durante buena parte de la guerra, después maltrató al medio millón de refugiados republicanos y, finalmente, colaboró con Hitler en la deportación de miles de ellos. Esta actitud no fue compartida por un amplio porcentaje de la población gala, pero sí contó con el apoyo de los sectores más poderosos de su sociedad.

La pasividad francesa durante la guerra de España es aún más sorprendente si tenemos en cuenta que su Gobierno estaba en manos de una coalición de izquierdas, llamada casualmente Frente Popular. Las disensiones internas y el miedo a Hitler les llevaron a una neutralidad que se fue tornando en un decidido apoyo hacia Franco. En noviembre de 1938 el Ejecutivo, ya controlado por el Partido Radical, aprobó un decreto sobre los "extranjeros indeseables" y cerró los pasos fronterizos para evitar la entrada de los primeros grupos de ancianos, mujeres y niños que huían de España. Estas medidas y la campaña de demonización de los republicanos calaron hondamente entre la población gala y contribuyeron a crear un clima de hostilidad generalizado; un clima al que se tuvo que enfrentar el más de medio millón de españoles que cruzó la frontera en febrero de 1939. En ese momento, Francia ya apoyaba abiertamente a Franco. A su llegada a la frontera, los gendarmes desarmaron a los republicanos y, más tarde, entregaron el arsenal a las tropas fascistas que aguardaban al otro lado de los Pirineos. El Gobierno francés no se mostró dispuesto a permitir el quimérico plan que numerosos combatientes albergaban, de utilizar los puertos franceses para regresar al Levante español, donde la República seguía defendiendo sus últimos bastiones. De hecho, el primer ministro Daladier se apresuró a reconocer oficialmente al Gobierno de Franco. Lo hizo el 27 de febrero, un mes antes del final de la guerra.

El Gobierno francés hizo, a continuación, otro gesto determinante. Nombró como primer embajador ante la España de Franco a un militar conocido por sus simpatías hacia los regímenes fascistas. Un hombre que, solo año y medio más tarde, dirigiría los destinos de la Francia nazi: Philippe Pétain. El mariscal labró una estrecha relación con el "Generalísimo" y se dedicó a cumplir, una a una, la mayor parte de las reivindicaciones del dictador. Hizo que Francia le entregara la flota republicana, que se encontraba amarrada en puertos franceses, y los fondos que el Banco de España tenía depositados en entidades financieras galas. Mientras tanto, medio millón de refugiados eran tratados como delincuentes y encerrados en campos como Argelès, Barcarès o Vernet.

Alistados a la fuerza, capturados y abandonados

Ante la inminencia de la guerra, la Francia democrática decidió, sin contar con su opinión, alistar en su ejército a los refugiados españoles. Una decisión que llevaría, meses más tarde, a más de 9.000 de ellos a los campos de concentración nazis. En todo momento les trató más como a prisioneros que como soldados. Pero lo cierto es que si fueron capturados por los nazis es porque estaban defendiendo la bandera francesa.

Pétain había abandonado Madrid para hacerse con el poder y firmar un vergonzoso armisticio con Hitler. El nuevo Ejecutivo francés que presidía, sabía que los españoles que habían formado parte de su ejército corrían el riesgo de acabar en campos de concentración. Lo sabía y, pese a ello, no hizo nada por evitarlo. Pétain se encargó de negociar con las autoridades alemanas la liberación de buena parte de sus oficiales y soldados que habían sido apresados durante la invasión. El resto quedó cautivo en unas condiciones razonablemente aceptables en los stalags. Solo a los españoles se les retiró la condición de prisioneros de guerra y se les envió a lugares como Mauthausen, Dachau o Buchenwald.

Aún más activa, si cabe, fue la actuación de las autoridades colaboracionistas en el proceso de deportación a Mauthausen, en agosto de 1940, de los exiliados españoles que vivían en el campo de Les Alliers. Ubicado en las proximidades de la ciudad de Angulema, este centro de refugiados se encontraba dentro de la zona ocupada por los alemanes, pero su funcionamiento era responsabilidad de la prefectura francesa del departamento de Charente.

El prefecto, Georges Malick, se encargó de organizar el convoy. Según la correspondencia oficial que mantuvieron las máximas autoridades, se trataba de una operación para trasladar a los españoles hasta la Dordogne, en la zona libre controlada por Vichy. Sin embargo, los testimonios de algunos testigos y las pruebas documentales indican que los prefectos y los responsables del campo conocían que el verdadero destino del tren sería un campo de concentración en Alemania.

El reconocimiento oficial

Según explica el historiador Benito Bermejo: "Tras la guerra, Francia se sintió concernida, pasados los primeros momentos en los que hubo ciertos titubeos. Tuvo un comportamiento impecable con los deportados españoles. Más recientemente, estableció unas indemnizaciones para las viudas y huérfanos de los judíos que habían sido deportados a los campos de la muerte desde territorio francés. Esa norma la extendió en 2004 a las viudas y huérfanos de cualquier persona, fuera cual fuera su origen, que hubiera sido deportada desde Francia. Por tanto, incluyó también a los familiares de republicanos españoles muertos en Mauthausen, Gusen y el resto de los campos". El decreto tenía una especial importancia, según Bermejo, no tanto por la cuantía económica de las indemnizaciones como por su significado. Francia reconocía su complicidad, su responsabilidad en las deportaciones que los nazis habían realizado desde su propio territorio. Algo que jamás ha hecho el Estado español.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen