Portada Antonio Hernández Marín Sus escritos ¿Acto de Canibalismo? No. Hambre!!!

¿Acto de Canibalismo?
No. Hambre!!!

Año 1941. A las dos de la mañana de un mes de enero en Austria, con 25º bajo cero, la expedición de españoles de la que hacíamos parte mi buen amigo Antonio Cebrián Calero y el que suscribe, franqueábamos la puerta del garaje del campo de concentración de Mauthausen.
En la parte superior de la misma, se alzaba amenazadora una gigantesca águila imperial que con las alas desplegadas de tres metros de envergadura, oprimía entre sus enormes garras la simbólica cruz gamada del fascismo alemán.

Jamás olvidaré hermano Cebrián, como no te olvido a ti, que dejándome en aquel siniestro campo, marchaste a Gusen creyendo mejorar tus penas. Tu suerte se agravó en el cambio de lugar y tú, hecho de roble en los espaciosos campos de la Mancha, sucumbiste como un cordero ante el lobo carnicero. De nuestra corta estancia en Mauthausen, guardo tristes recuerdos y, a pesar de nuestro doloroso calvario, he compuesto esta sencilla anécdota que con tu permiso, traduzco en simples estrofas como caso curioso.
Descansa en paz, que los supervivientes de aquella tragedia no olvidamos a los que como tú cayeron allí como verdaderos héroes por el mezquino delito de amar la Libertad, la Paz y la Independencia de todos los Pueblos.

Yo y mi amigo Antonio Cebrián Calero,
entramos en el campo en el mes de enero.
Custodiados desde la estación como a las fieras,
por perros y uniformes que ostentaban calaveras.
Las dos de la mañana era y la noche opaca,
y lo primero que vimos fueron las Barracas.
Silencio de sepulcro en aquel inmenso Campo,
al mirar la luna, parecía que se ahogaba en llanto.
Ignorante toda la expedición de lo que aquello era,
nos sacaron de dudas los soldados «fieras».
Empezaron las patadas y los primeros puñetazos,
sin contar las ostias consagradas y los garrotazos.
¿Pero era posible que aquellos uniformes tan galanos
fueran impregnados de sangre de nuestros hermanos?
Nos dejaron a todos desnudos en lo que se reza un credo,
y minutos después en nuestro cuerpo no quedaba un solo pelo.
Llegados de España fornidos a pesar de las lentejas,
allí no hubo nadie capaz de presentar la menor queja.
Pero al otro día de mañana y bien temprano,
supimos lo que era aquello por nuestros hermanos.
Qué esqueletos todos y estampas de la muerte,
nos demostraron donde se jugaba nuestra suerte.
En aquel tétrico recinto de dolores y martirios,
todos sus rostros tenían los colores de los lirios.
Ya que el hambre y los castigos los tenían amedrentados,
porque sabían que un día u otro serían asesinados.
Dos meses después, yo y mi amigo como todos los demás,
sin diferencia, presentábamos la misma faz.
Y los nabos y carotas1 que el primer día no pasaban
eran los manjares más sabrosos que nos presentaban.
Antes de empezar a trabajar en la cantera,
en «Maura-Comando»2 fuimos a trabajar fuera.
Y momentos después como cerriles,
nos nombraron peones de albañiles.
Algunas horas las pasábamos "organizando" = (robando)
patatas heladas y tronchos de col para ir tirando.
Porque nuestras fuerzas cada día nos fallaban,
y en cambio los palos y patadas aumentaban.

Y un día al pasar por detrás de las cocinas,
olfateando como un gato olfatea las sardinas,
encontramos con sorpresa un pequeño envoltorio,
al pie de una ventana del horrible crematorio

Mi amigo Cebrián, como una ardilla se anticipa,
y observa que tenía unos dos metros de tripa.
-Mira Hernández (me dice) pero si son tripas de cerdo,
y dio con ansia un bocado en uno de sus extremos.
-Lo ves, no hay duda, esto sabe a tocino
y pensando en el banquete seguimos nuestro camino.
Yo a mi vez, mordí con hambre como lo hizo Calero,
y aquello me supo como carne de gallina en un puchero.
-Como es de cerdo no hay que asarla, me dice Cebrián Calero,
y yo aprobé la decisión de mi amigo y compañero.
Cinco minutos después y por unanimidad,
la sabrosísima tripa partimos por la mitad.
El gusto del blanco sebo era sabroso y profundo,
es por eso que acordamos que pasara al otro mundo.
Y saciados, de momento, dejamos la "busquedad",
volviendo a nuestro trabajo con toda tranquilidad.

Por la noche entre la paja, me dice mi compañero,
compañero de desgracia Antonio Cebrián Calero:
-Sabes que no tengo hambre a causa del hartazón?
-Ni yo tampoco (le digo) he hecho buena digestión.
-Oye, me dice mi compañero Cebrián:
no has visto aquellos judíos abiertos por la mitad?
-Ese espectáculo Antonio, ya hace tiempo que lo vemos
-Sí, hace tiempo que lo vemos, pero que no lo comemos
-Calla, calla desgraciado que eres un calamidad.
-Pues calamidad y desgraciado pero es la pura verdad.
-Bueno, vamos a dormir que mañana hay que buscar.
-Sí, pero otra tripa como hoy no la vamos a encontrar.
Oye, Hernández, no te asombres si te he metido en un lío,
pero hemos merendado intestinos de un judío.
-Estás loco? Bien lo has visto que aquello era puro cerdo.
-Sí, sí, pero por desgracia, guárdalo como recuerdo.

En Gusen murió aquel pobre compañero sin igual,
con las ganas de vivir de un imberbe colegial.
Y a pesar de tantos años que han transcurrido ya,
y la vejez que me asedia, yo no olvidaré jamás
este triste episodio que viví con mi amigo Cebrián.

Antonio Hernández, Ivry, 1970





1Zanahoria
2Los españoles llamaban «Maura-Comando» al grupo de trabajo de albañiles. En alemán «Maurer kommando»
¿Acto de Canibalismo? No. Hambre!!!
Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen