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La liberación de Mauthausen

El 3 de mayo de 1945 los SS comenzaron a marcharse. Querían que la derrota final les sorprendiera en el frente y, de esta manera, que los aliados les identificaran como combatientes y no como guardianes de los campos de la muerte. Los oficiales de mayor rango sabían que su futuro era mucho más complicado. Algunos huyeron vestidos de paisano, mientras que otros lucieron orgullosos sus mejores galas hasta el último momento. A lo largo del día 3, el comandante Ziereis cedió la custodia del campo al capitán Kern, que dirigía una unidad policial llegada desde Viena.

Cuando los prisioneros se despertaron el día 4 comprobaron que en el campo ya no quedaba ni un solo SS. El Comité Internacional de los prisioneros trató entonces de tomar las riendas de la situación y habló con el capitán Kern. Este les aseguró su intención de hacer mantener el orden en el recinto pero sin ejercer violencia alguna contra los internos. Los líderes de la organización le exigieron que sus agentes no penetraran en el interior del campo. Fue un día extraño, una jornada de tensa espera en la cual los policías vigilaban con más temor que convencimiento desde las garitas, mientras los prisioneros aguardaban la llegada de sus libertadores. En Gusen los tiempos fueron diferentes. Los deportados trabajaron, incluso, la jornada del día 4. Los españoles que se encontraban allí no vieron huir a los SS hasta la madrugada del 5 de mayo, el día en que terminó su largo cautiverio.

Una liberación casual

El sargento Albert J. Kosiek dirigía uno de los pelotones de reconocimiento de la 11 División Acorazada del Ejército norteamericano, conocida con el sobrenombre de Thunderbolt. El pelotón estaba formado por 23 hombres que se repartían entre cuatro jeeps y tres vehículos blindados. La misión que se les había asignado en esa mañana del 5 de mayo de 1945 era reconocer el estado de un puente ubicado en la zona de la localidad de St. Georgen. Nada más salir de su base, se toparon con Gusen III, situado junto al pueblo de Lungitz. Tras la sorpresa inicial, Kosiek y sus hombres liberaron a los cerca de 300 prisioneros y capturaron a sus guardianes.

Después de este inesperado contratiempo, el pelotón trató de seguir adelante con su misión y se dirigió hacia el puente. Sin embargo, en su camino se topó con un delegado de la Cruz Roja, Louis Haefliger, que conocía perfectamente Mauthausen. Este les habló de la existencia del campo y de los planes que los SS tenían para exterminar a todos los reclusos. A través de su radio de campaña, el sargento pidió permiso a su superior para dirigirse hacia allí. Según él mismo relató años más tarde: "Fue difícil para mí obtener su aprobación porque suponía sobrepasar los límites de la misión que teníamos asignada, provocando un riesgo innecesario por lo que a nosotros respecta. Finalmente aceptó, aunque insistió en que permaneciéramos en contacto permanente por radio"

Kosiek chequeó primero el puente, objetivo de su misión, y después se topó con Gusen y, poco más tarde, con Mauthausen. En ambos campos los guardianes se rindieron sin oponer resistencia. Los prisioneros lloraron de alegría al ver el final de largos años de tormento. El lamentable estado físico de los deportados impactó en los soldados estadounidenses y, especialmente, en el sargento que los comandaba: "Fue un momento que nunca olvidaré. Algunos estaban cubiertos con una manta y otros estaban completamente desnudos. Había hombres y mujeres revueltos, tenían el aspecto más demacrado que he tenido el disgusto de ver en mi vida. Todavía sacudo la cabeza con incredulidad cuando recuerdo esa imagen porque casi no parecían seres humanos".

La alegría duró poco tiempo. En la tarde del 5 de mayo, entre 40.000 y 50.000 hombres, mujeres y niños quedaron abandonados en Mauthausen y Gusen. Cumpliendo órdenes de sus superiores, el pelotón de 23 soldados dirigido por Kosiek tuvo que regresar a su cuartel general con los policías de Viena capturados. El alto mando estadounidense, pese a conocer por boca del sargento la terrible situación que se vivía en los campos, decidió no hacer nada. No se envió ni a un solo soldado para garantizar el orden y la seguridad de los hambrientos y desesperados prisioneros, ni un médico para atender a los millares de enfermos.

Abandonados

Desquiciados tras años de torturas, crímenes y hambruna, cientos de prisioneros huyeron del campo y asaltaron las granjas cercanas para atiborrarse de comida. Sus estómagos, acostumbrados a la aguada sopa de nabos, no lo resistieron y, muchos de ellos, murieron.

Otros deportados trataron de hacer justicia. Persiguieron y ejecutaron a los kapos que, durante años, se habían dedicado a torturarles y a asesinar a sus compañeros. El caos y la violencia reinaron durante horas. En Mauthausen, el Comité Internacional de los prisioneros logró hacerse con el control y mantener un relativo orden. Su papel fue decisivo para evitar centenares de muertes. En Gusen, sin embargo, los deportados no lograron durante su cautiverio constituir una sólida organización clandestina. Por esa razón, en cuanto se marcharon los soldados estadounidenses imperó la ley de la selva.

La irresponsabilidad de los mandos aliados provocó numerosas víctimas durante las cerca de 20 horas que los prisioneros fueron abandonados a su suerte. Hasta bien entrada la mañana del 6 de mayo, las tropas estadounidenses no regresaron a Mauthausen y Gusen.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen