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Lo fácil era morir

1941 y 1942 fueron los «años de plomo» en Mauthausen y Gusen. El 90% de los españoles que perdieron la vida en estos campos lo hicieron durante este bienio negro. Como explica el historiador Benito Bermejo, «la mayoría de ellos sucumbieron bajo un triángulo formado por la falta de alimentos, la ausencia de higiene y el esfuerzo físico». Todo ello, eso sí, acompañado de un amplio repertorio de métodos de exterminio y de torturas.

En el informe que el Ejército estadounidense realizó tras la liberación dejaron constancia de ocho formas diferentes de homicidio. Los militares norteamericanos se quedaron muy cortos en sus apreciaciones. En el libro Los últimos españoles de Mauthausen, basándonos en el relato de los supervivientes y en la documentación encontrada, describimos los principales métodos que se utilizaban para eliminar a los prisioneros. Este es un breve resumen de ellos:

1.- Fusilamientos y «el rincón del tiro en la nuca».

En un principio se realizaban en el edificio que albergaba la cárcel. Cuando el número de condenados se fue incrementando, los SS habilitaron un lugar específico, al aire libre, situado en el exterior del recinto del campo. Los nazis idearon una variante más imaginativa para realizar algunas de estas ejecuciones con arma de fuego. En una sala anexa a los crematorios del campo, construyeron el llamado «estudio fotográfico» también conocido como «el rincón del tiro en la nuca». A los prisioneros que eran llevados hasta allí se les decía que se situaran bien rectos, en un punto exacto de la pared, mirando hacia el frente para poder realizarles unas fotografías. No se percataban de que, a la altura de su cuello, había un agujero por el que otro SS sacaba el cañón de su pistola y les disparaba.

2.- Falsas tentativas de evasión.

El prisionero político alemán Gerhard Kanthak realizó un exhaustivo informe tras la liberación con los datos a los que tuvo acceso en las oficinas administrativas de las SS. Según sus pesquisas, unas 5.000 muertes quedaron consignadas en los archivos del campo como intentos de fuga. Kanthak estimaba que los casos reales no pasaron del millar. El resto de los falsos registros encubrían fusilamientos y todo tipo de asesinatos cometidos a sangre fría.

3.- Exposición al frío.

Los SS buscaban cualquier excusa, y si no la había la fabricaban, para forzar a los deportados a pasar largas horas a la intemperie. Desnudos o con la ligera tela de sus uniformes, los prisioneros perecían de frío. Para acelerar el proceso, los alemanes solían rociarles con agua helada.

4.- El muro de las lamentaciones.

En la pared de piedra situada junto a la puerta principal del campo, los SS disponían de argollas y cadenas para dar rienda suelta a su crueldad. El lugar fue testigo de tantas atrocidades que, aún hoy, sigue siendo conocido como «el muro de las lamentaciones».

5.- Los perros.

Los perros de la guarnición de Mauthausen y del resto de campos eran una máquina más para torturar y asesinar a los prisioneros.

6.- La horca.

La inmensa mayoría de los ahorcamientos se ejecutaba en lugares cerrados y lejos de la vista de los internos. Los más «oficiales» se realizaban en los sótanos de la cárcel, aunque cualquier sitio era bueno para colgar a un prisionero. Los kapos aprovechaban las tuberías de los lavabos o las vigas de las barracas para estrangular con cinturones o cuerdas a los desgraciados que deseaban eliminar. En toda la historia de Mauthausen apenas hubo dos o tres ahorcamientos públicos. A pesar de su reducido número, la grotesca parafernalia utilizada por los nazis para celebrarlos ha provocado que sobre estas ejecuciones existan multitud de relatos y testimonios de quienes las presenciaron.

7.- El baño de la muerte.

La todebadeaktionen o «acción del baño de la muerte» se cobró la vida de miles de prisioneros, entre ellos numerosos españoles. Se perpetró, principalmente, en Gusen. Los SS obturaban los desagües de la sala de duchas para formar una pequeña piscina en la que ahogaban a los infortunados reclusos.

8.- Morir apaleado.

Los puñetazos, latigazos y palos eran parte de la rutina en los campos. Los prisioneros convivían con ellos y hasta llegaban a acostumbrarse a recibir su ración diaria de golpes. El objetivo era no caer al suelo por muy duro que fuera el castigo porque, una vez en él, la paliza podía convertirse en mortal.

9.- La cámara de gas.

En Mauthausen los propios prisioneros fueron obligados a construirla en el otoño de 1941 y fue utilizada por primera vez a comienzos de 1942. Aunque su apariencia era idéntica a la de la sala de duchas, contaba con unos agujeros en el techo que servían para introducir el gas venenoso.

10.- Formar hasta caer extenuado.

Servídeo García, tras su liberación, hizo el ejercicio de calcular el tiempo que había pasado formado, en posición de firmes, durante su cautiverio. La cifra resultante era reveladora: 3.000 horas. No se trata de una estimación exagerada puesto que, además de las habituales revistas matutina y vespertina, a los prisioneros se les sometía a interminables formaciones de castigo que terminaban con la muerte de muchos de ellos.

11.- La alambrada electrificada.

Los SS ordenaban a los prisioneros que tocaran las alambradas. Cuando estos se negaban, les empujaban hasta lograr que se electrocutaran. El cerco eléctrico era, además, una invitación para los presos desmoralizados que no se veían capaces de soportar un día más de tormento en el campo.

12.- El crematorio.

Situado junto a la cámara de gas, su chimenea no dejaba de escupir humo durante 24 horas, los 365 días del año. Era el lugar en el que se eliminaban los centenares de molestos cadáveres que se acumulaban en el campo cada jornada. Sin embargo, existen multitud de testimonios que demuestran la cremación de prisioneros que aún se encontraban con vida.

13, 14, 15- La enfermería-matadero

El sistema concentracionario nazi no tenía sitio para aquellos que no podían trabajar. Quienes acudían a la enfermería o revier, rara vez vivían para contarlo. Los presos se enfrentaban, por tanto, a otra de las crudas realidades de Mauthausen: estar sano era prácticamente imposible, pero estar enfermo suponía la muerte. En la enfermería rara vez se curaba a los pacientes. En lugar de eso, los doctores SS se dedicaban a eliminarles por diferentes procedimientos. El más utilizado eran las inyecciones de gasolina en el corazón. De hecho, al doctor SS responsable del revier, Eduard Krebschach, los españoles le llamaban el Banderillero o el Inyectador. Krebschach y sus ayudantes realizaban, además, todo tipo de experimentos médicos que iban desde la amputación de órganos sanos y la inoculación de bacterias para probar nuevos fármacos hasta el testado de papillas alimenticias, que dejaban a los prisioneros al borde de la muerte. Más allá de estas pruebas pseudocientíficas, los doctores alemanes disponían de los cuerpos de los reclusos para dar satisfacción a su sadismo y su codicia: asesinaban a quienes tenían alguna malformación o discapacidad para estudiar sus cadáveres, arrancaban la piel tatuada para coleccionarla, mataban a los portadores de dientes de oro para quedarse con ellos… Con este panorama, una de las normas no escritas que trataban de cumplir todos los prisioneros de los campos era evitar caer en la enfermería. Cuando estaban enfermos intentaban curarse por su cuenta: comer carbón les aliviaba la gastroenteritis, el orín lo utilizaban como desinfectante… Y llegado el caso, preferían morir en la barraca junto a sus compañeros que diseccionados en la mesa de operaciones del revier.

16, 17, 18….- Un horror sin límites.

La tipología criminal es tan amplia como retorcida la sádica imaginación de los SS que custodiaban y dirigían los campos. Cada deportado contempló con sus ojos cómo guardianes y kapos compitieron en la búsqueda de métodos aún más crueles para asesinar. Uno de sus pasatiempos favoritos era convertir en criminales a los propios prisioneros: hijos que eran obligados a matar a sus padres; compañeros forzados a patear la cabeza de su amigo o a arrojarle al vacío por el «salto del paracaidista»… Borrar un número de sus minuciosos libros de registro. Eso era lo único que significaba para los SS la muerte de un ser humano.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen