El olvido

Los cuarenta años que duró la dictadura franquista hicieron que, en su patria, los deportados españoles fueran simples fantasmas. Su existencia no constaba en los libros ni era mencionada por los medios de comunicación.

La muerte del dictador y la reinstauración de la democracia no vinieron acompañadas de la imprescindible revisión histórica y de la reparación a las víctimas. En 1945 los luchadores antifascistas franceses, belgas, holandeses o italianos habían sido recibidos como héroes tras la derrota del Eje. En la España de 1975, con 30 años de retraso, parecía que ese momento llegaba por fin para los deportados y el resto de los republicanos que permanecía en el exilio. No fue así; las reglas del juego que marcaron el cambio de régimen lo impidieron. Siempre amenazando con un posible golpe militar que acabara con el incipiente proceso, los franquistas se limitaron a ir devolviendo «graciosamente» a los españoles las libertades y derechos que les habían arrebatado cuarenta años atrás. Como contrapartida, exigieron y consiguieron, entre otras muchas cosas, que no se mirara hacia el pasado. Democracia a cambio de olvido. En estas cinco palabras se puede resumir buena parte del llamado «espíritu de la Transición». La libertad de los españoles pasaba por cubrir con un nueva capa de tierra a las víctimas del franquismo y con un manto de indiferencia a los exiliados y a los deportados.

Ese nuevo abandono, según explica el hispanista Jean Ortiz, supuso el golpe más duro de todos los que recibieron los luchadores republicanos: «La transición fue la peor de las derrotas para los exiliados y los deportados. La peor de todas porque se produjo cuando se suponía que había llegado la democracia a España. Pero en lugar de honrarles como a héroes, se les olvidó. Fueron los franquistas reconvertidos en demócratas quienes lideraron la transición o, al menos, los que pusieron las condiciones. Se dictó una verdadera ley de punto final para evitar que se pudiera investigar los crímenes que se habían cometido. Hay un dato fundamental en mi opinión. Se nos presentó esa transición como modélica y se pone de ejemplo las naciones de América Latina que la imitaron. Pues bien, países como Argentina o Chile que, efectivamente, copiaron el modelo español, han derogado sus leyes de punto y final porque no eran leyes para la reconciliación, eran leyes de impunidad».

Ese sentimiento de derrota se sigue percibiendo en los pocos deportados supervivientes. Superado el siglo de vida, el cordobés Virgilio Peña baja la cabeza cuando afronta este tema: «La muerte de Franco y la llegada de la democracia fue una enorme alegría para todos nosotros. Pero, poco después, nos dimos cuenta de que nos habían dejado abandonados. Por eso nos llaman «los olvidados», porque nadie se ha ocupado de nosotros. No le hemos interesado a nadie».

Pilar, hija del deportado aragonés Luis Perea, denuncia que lo que han echado de menos, por parte de los diferentes gobiernos españoles, ha sido otro tipo de reconocimiento: «Los de arriba tenían que haber hecho algo. Tenían que haberlo hecho hace años porque ahora ya quedan muy pocos supervivientes. No se pide dinero porque esto no se paga con nada, se pide un reconocimiento, lo que sea pero algo. Y no lo digo especialmente por mi padre, que salió con vida de allí, sino por los miles de españoles que murieron en los campos. Es de ellos de quienes hay que acordarse».

Ahora que están cerca del final de su vida saben que esa deuda nunca se va a saldar. Todos ellos se muestran, como José Alcubierre, profundamente resignados: «Qué quieres... no lo hicieron. Los franceses lo han hecho, los españoles no».

La necesidad de un relevo generacional

La lucha contra el olvido corre a cargo de las Asociaciones de Memoria Histórica y, muy especialmente, de la Amicale de Mauthausen de Francia y de la Amical española. En ellas se agrupan los pocos deportados que siguen con vida, sus familiares y amigos. La falta de ayudas oficiales se suplen con el esfuerzo de sus miembros. El objetivo es mantener viva la memoria de los deportados. Recordar para que no se repita. Para ello, resulta fundamental que sean los jóvenes los que tomen el relevo en esta lucha contra el olvido.

Todos los años, coincidiendo con el aniversario de la liberación del campo, grupos de estudiantes acompañan a las «Amicales» en su viaje hasta Mauthausen. Según la historiadora Rosa Torán, que les guía cada año en su visita, no es una experiencia más: «No se imaginan lo que son los campos hasta que no pisan estos lugares. Luego lo transmiten a sus familiares y amigos cuando regresan a sus casas. Hay que tener en cuenta que la etapa de los deportados, desgraciadamente, está llegando a su final. En unos pocos años no quedará ninguno con vida. Su palabra no se puede sustituir, pero sí puede y debe darse un relevo en el protagonismo y en la transmisión de los mensajes. Por eso los jóvenes que vienen aquí adoptan un compromiso de explicar lo que ha significado la transgresión máxima de los derechos humanos. Lo que significa apartar y exterminar a todo aquel que puede contaminar una raza teóricamente superior. Unas reflexiones que de la misma manera sirven para analizar las exclusiones y las marginaciones de nuestros días».

Los jóvenes son también la clave para Pierrette, viuda del deportado José Sáez y miembro de la Amicale francesa. A ellos dirige siempre el mismo mensaje: «Que sean muy vigilantes, porque lo que pasó ayer puede volver a pasar mañana».

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen