Vicente Delgado Fernández

Su historia

Vicente Delgado Fernández Nació en Madrid el 2 de julio de 1916.
Deportado a Mauthausen el 8 de septiembre de 1940. Nº de prisionero 4.383.
Falleció el 16 de enero de 2012 en Perpignan, Francia.

Vicente amaba la música, el baile y la pintura por encima de todas las cosas. Formaba parte de un grupo musical de instrumentos de cuerda que actuaba los domingos en distintos salones de Madrid; durante el verano, recorría los pueblos con su música. También recibía clases de un pintor, con el que hacía grandes progresos. Pero con el comienzo de la guerra en España, Vicente tuvo que abandonarlo todo. Fue movilizado y enviado a las afueras de su ciudad, lo que le permitía encontrarse de vez en cuando con su familia. Su profesor de pintura y amigo, que luchaba en el frente más activo, perdió la vida. Más tarde combatió en las batallas del Ebro y el Segre; en la retirada, en febrero de 1939, cruzó los Pirineos camino del exilio.

Junto a miles de republicanos españoles fue internado en el campo de Saint-Cyprien, en las arenas de la playa, donde tuvieron que hacer agujeros para librarse del frío viento que les azotaba. La presión de las autoridades francesas con el objetivo de que volvieran a España aumentaba cada día; algunos regresaron, pero Vicente permaneció en el campo hasta que a finales de 1939 se unió a la 114ª Compañía de Trabajadores Españoles, que fue enviada a Sarreguemines, junto a la Línea Maginot. Cuando el ejército alemán entró en Francia, los oficiales galos responsables de la compañía abandonaron sus posiciones y huyeron. Vicente y los compañeros de su grupo escaparon a través de los campos hasta que consiguieron coger un tren a la ciudad de Nancy. Después llegaron a Épinal, donde terminó su odisea. Allí fueron capturados por los alemanes y enviados al stalag XIB, en Fallingbostel, al que llegaron tras un largo viaje de tres días.

En el campo de prisioneros permanecieron tres meses trabajando y recibiendo un trato correcto, hasta que el grupo de españoles fue separado de los presos de otras nacionalidades para enviarlos al campo de concentración de Mauthausen.

Vicente Delgado Fernández

Vicente describió así, en sus memorias, su llegada a aquel funesto lugar: «Para nosotros era el día y la noche, un cambio enorme en nuestras vidas. Habíamos pasado de estar en manos de buenos militares a las de los malvados guardianes, que llevaban una calavera como símbolo en sus uniformes. Cuando las puertas de los vagones se abrieron, a voces y golpes de fusiles nos hicieron bajar y avanzar muy rápido. Estábamos muertos de miedo, nos mirábamos sin pronunciar palabra. Los kilómetros que separaban el pueblo del campo los recorrimos a toda velocidad. El campo contaba con una alambrada electrificada y los perros se echaban sobre nosotros, empujados por sus guardianes. Así descubrimos el campo de la muerte». Vicente fue destinado a cargar piedras en la cantera, destinadas a la construcción del campo y sus calles.

Fue testigo de la llegada de un grupo de judíos, que no sobrevivieron mucho tiempo al enviarles a los trabajos más duros. En una ocasión, presenció como un SS obligó a un español a comer excrementos. "Si tuviera que contar todo lo vivido en aquel maldito campo no tendría suficiente papel para hacerlo".

Sufrió una tremenda paliza propinada por el jefe de su barraca, que remató saltando sobre su vientre. Destrozado y dolorido, aún tuvo que permanecer formado, durante horas, bajo una intensa lluvia. Ese kapo siempre le amenazaba con que, más tarde o más temprano, acabaría en el horno crematorio. En junio de 1941, Vicente tuvo la suerte de ser seleccionado para formar parte del kommando César, un grupo de trabajo constituido por españoles y alejado del campo central. En él trabajó en diversas tareas: primero reparando carreteras en Vocklabrück y a partir del año siguiente, en la construcción de una presa en Ternberg. A finales del verano de 1944, los aviones aliados bombardearon la zona en la que se encontraban y el kommando recibió la orden de regresar al campo central. Vicente recordaba la sorpresa que le causó encontrarse allí con mujeres y niños prisioneros, con la cabeza pelada y vestidos también con el traje rayado. Se trataba de judíos procedentes de Hungría que fueron deportados a Mauthausen ese año y para los que habilitaron un campamento de tiendas. Vicente recordaba especialmente a uno de esos niños, al que cogió mucho cariño y con el que compartió sus escasos alimentos.

En diciembre de 1944 el kommando César partió a su nuevo destino, pero en esta ocasión no fue elegido y le enviaron a Gusen II. Allí trabajó en los túneles durante jornadas de doce horas. Cuando se producían bombardeos aliados, los prisioneros quedaban sumidos en la más completa oscuridad. En este subcampo Vicente sufrió muchas calamidades y vio morir a gran número de deportados.

A primeros de mayo de 1945 el avance aliado era imparable; los SS desaparecieron de Gusen II un día antes de la llegada de los soldados americanos. Al fin llegaba la ansiada libertad. Tras la liberación fue repatriado a Francia y se instaló cerca de París, en Ivry sur Seine, ciudad que acogió a un grupo de 62 españoles. La salud de Vicente quedó muy afectada por su estancia en el campo de concentración. Encontró trabajo en una fábrica de madera, pero ganaba lo justo para pagarse una habitación en un hotel y la alimentación. Decidió estudiar un oficio durante seis meses y encontró un mejor empleo como chapista y soldador. Se casó y tuvo dos hijas. En 1957 toda la familia se trasladó a Perpignan, buscando un clima más benigno.

En esta ciudad nos reciben su hija Annie y su sobrina Chelo para recordar a Vicente, ya fallecido: «Mi padre estaba hecho polvo físicamente. Sin embargo, siempre se tomaba las cosas con humor. Tenía ganas de vivir y decía que, precisamente, los primeros que morían en el campo eran aquellos que perdían la moral y no sentían ya esas ansias de seguir adelante».

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen