Anécdota

En un lugar de Austria de cuyo nombre no quiero ni acordarme, existe un pintoresco pueblo llamado Mauthausen que, a pesar de estar situado a orillas del caudaloso Danubio que tantos poetas cantaron, hoy es tristemente célebre en la historia de los pueblos, por la sencilla razón de haber construido el Nacional Socialismo alemán en sus cercanías y en la meseta de una pequeña colina, un campo de concentración que llevó por nombre el de aquella apacible aldea. Aquel soberbio cuadrilátero o fortaleza, que el que suscribe por desgracia conoció durante cuatro años y medio, fue construido para asesinar a todos los seres humanos que no pensasen como aquellas hordas hitlerianas que en sus uniformes ostentaban dos eses y unas siniestras calaveras.

Los primeros que pasaron por dicho campo de exterminio, allá por el año 1938, fueron unos millares de alemanes de delito común que después sirvieron de verdugos para las demás razas. Después les siguieron hombres y mujeres de todas las nacionalidades europeas: polacos, españoles, checos, yugoeslavos, italianos, franceses, rusos, etc. etc., que por ser hombres que amaban la libertad e independencia de sus respectivos países, purgaron los más horrorosos martirios y pagaron casi todos con su vida aquel amor tan sagrado de sus ideas. Yo me cuento entre los supervivientes y hoy, por ser un número de los martirizados y por lo que vi y sufrí durante cincuenta y dos meses, quiero modestamente escribir estas toscas líneas para que nuestro querido suplemento del Patriota Resistente, órgano de nuestra federación, publique esta curiosa anécdota de la cual yo fui el primer protagonista.

¿Quién de los españoles deportados no recuerda el más pequeño rincón de aquel campo de lentas agonías? ¿Y quién de nosotros ha olvidado aquellos días pasados en las barracas de cuarentena? Pues bien, a mí me tocó en suerte la 18. Esta, como todas las demás, situaban en fiel la balanza de todos los martirios allí perpetrados. Si en una daban palos a mansalva, en las otras estaba establecido el mismo régimen disciplinario, por los de la cabeza afeitada (jefes de barraca, secretario, barbero, cabos, etc.)

Lo más espectacular y lo más trágico, era como había que pasar la noche y como había que dormir en aquellos reducidos metros cuadrados tanto ser humano. Las sardinas en lata se hubiesen mofado de nosotros.

¡Qué problemático era salir del fondo de la barraca para ir a evacuar al urinario, aquel llamado café que nos daban como algo de inmenso valor! Los camaradas tenían que marchar a cuatro patas buscando entre los horizontalizados compañeros, el espacio necesario para poner manos y pies.

Una noche, uno de tantos de la última fila, quiso salir como cada cual cuando la necesidad le obligaba y trabajosamente haciendo equilibrios, buscaba con ansia su difícil camino con el fin de no molestar a sus desgraciados compañeros. Momentos antes, yo tuve la ocasión por descuido de uno de mis vecinos, de dar media vuelta y cambiar de postura situándome como se suele decir: boca arriba. El "camarada gato", con la respiración agitada, pasó justo por encima de mí y yo hice lo posible por facilitarle el paso y ayudarle en su difícil empresa, ya que se podía notar muy bien que al pobre chico le obligaban los deseos; pero con tan mala suerte para mí, que el azorado camarada en cuestión, al tratar de franquear el área de mi cabeza que en ese momento reposaba sobre el muslo de mi vecino, describió sin regla ni compás una línea recta desde mi barba hasta la frente, pasando por la nariz, con algo que me hizo reaccionar inmediatamente a pesar de estar medio dormido. Claro que no fue culpa suya, toda vez que la orden terminante del Jefe de Barraca, era de dormir sin calzoncillos. Yo, creyéndome ofendido, protesté por su falta de delicadeza y lleno de ira y mal humor, asesté un golpe de puño al desconocido compañero en su parte trasera, y este, a la impresión del inesperado castigo justificado, soltó la válvula de escape con tal ímpetu, que el aire comprimido y desagradable que arrojó, me limpió de polvo y paja todo el espacio de mi triste figura.
Cuando terminó su dulce faena y regresó del wáter, traté de indagar (por curiosidad) de quién se trataba, pero no me fue posible bajo las tinieblas que envolvían la barraca y, además, porque el pobre trató también de esquivar el encuentro cambiando el itinerario de regreso.
Al día siguiente pensé referir a los demás el curioso suceso de la noche, pero en la creencia de que no tendría éxito por la poca moral que teníamos todos, preferí guardar el secreto curioso de esta anécdota. El aludido, también hizo lo propio, ya que en ninguna ocasión se comentó nada sobre el particular entre todos los compañeros.

Hoy, después de 25 años transcurridos después de nuestra liberación, yo pregunto desde las columnas de nuestro querido Suplemento: Si no lo has olvidado amigo, date a conocer. Sería para mí un gran placer y satisfacción contarte entre los sobrevivivientes de aquel drama y saber que eres feliz recibiendo como los demás el suplemento del Patriota Resistente y que estás incondicionalmente a nuestro lado para luchar y no ver jamás aquellos que vimos y vivimos.

Antonio Hernández. Ivry, 1970

Antonio escribió este texto con la intención de enviarlo a "Le patriote Résistant", órgano de expresión de la FNDIRP (Federación Nacional de Deportados e Internados Resistentes y Patriotas), de la que era miembro. En nuestra investigación no hemos encontrado ningún número de esa revista en el que aparezca este texto. Es probable que no llegara a enviarlo o que, si lo hizo, los responsables de la FNDIRP decidieran no publicarlo.

Anécdota
Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen