Ciriaco y Félix Quesada

Su historia

Agapito quesada Sánchez

Ciriaco Quesada Torreblanca
Nació el 20 de junio de 1898 en Serón, Almería.
Deportado a Mauthausen el 24 de agosto de 1940. Nº de prisionero 3855.
Falleció el 20 de diciembre de 1984 en Francia.

Crescencio quesada Sánchez

Félix Quesada Herrerías
Nació el 4 de mayo de 1926 en Serón, Almería.
Deportado a Mauthausen el 24 de agosto de 1940. Nº de prisionero 3854.
Falleció el 5 de septiembre de 2005 en Antibes, Francia.


Relato escrito por Carlos Quesada Ibars poniéndose en la piel de su padre, José Quesada Herrerías, pasajero del convoy de los 927 e hijo y hermano respectivamente de los deportados Ciriaco y Félix Quesada.

Crescencio quesada Sánchez

1 / De Almería a Barcelona

Era el año 1927 cuando mis abuelos maternos con sus siete hijos emigraron del pueblo almeriense de Serón hacia Barcelona. Entre ellos iba mi madre, su marido, Ciriaco Quesada, y mi hermano Félix, que tenía un año de edad.

Se instalaron en Esparreguera para trabajar en la Colonia Sedó, fabrica textil de las muchas que había en Cataluña, a orillas del rio Llobregat.

2 / De Barcelona a Francia

Y allí fue donde yo, José Quesada Herrerías, vine a este mundo el 28 de agosto de 1928. En esos años mi familia comenzó su militancia en la CNT.

A principios de los años 30 nos instalamos en Hospitalet de Llobregat, ya que mi padre trabajaba en la empresa La Seda. Antes del comienzo de la guerra nos volvimos a mudar al Prat de Llobregat, más cerca de la fábrica, lugar donde nació nuestra hermana Encarnita.

Según me explicaron mis tías, fueron ellas las que tejieron la bandera de la federal del Textil de Esparraguera, que lució en el funeral de Durruti.

Durante la guerra nació nuestra hermana Violeta y a finales de enero de 1939 toda la familia salimos desde El Prat hacia Francia, siendo los últimos que cruzamos el puente del Llobregat antes de dinamitarlo, según nos contaron. Por su parte, la familia Herrerías emprendió el mismo camino al exilio francés.

3 / De Francia a Mauthausen

A principios de febrero cruzamos a pie la frontera. Mi padre, Ciriaco, fue internado en uno de los campos de las playas del Rosellón y mi madre y hermanos fuimos enviados al departamento de la Charente. Fueron momentos muy duros y tristes. Estuvimos en Ruelle-sur-Touvre hasta que al comienzo de la II Guerra Mundial nos trasladaron al campo de Les Alliers, en Angulema, donde nos pudimos reencontrar con nuestro padre.

Mientras tanto el resto de la familia Herrerías fue enviada a Draguignan, en el sur de Francia.

En Angulema falleció nuestra hermana pequeña, Violeta, que no pudo aguantar tantas penurias y necesidades. Aparte de este trágico hecho, el tiempo que estuvimos en Angulema pasaba entre juegos con otros niños, incluidos algunos que conocía del Prat de Llobregat, como los de las familias Cortés y Alcubierre.

Todo cambió con el armisticio firmado en Francia por Pétain y Hitler el 22 de junio de 1940: Angulema quedaba en la parte ocupada por Alemania. A mediados de agosto, vi como llegaron soldados alemanes a dicha ciudad y comenzó lo que marcaría la vida de toda la familia para siempre.

Requerido por las autoridades alemanas para determinar el destino de los refugiados, el Gobierno de Francisco Franco replicó que no existían españoles allende las fronteras; de ahí que los republicanos de Mauthausen llevaran el triángulo azul de los apátridas, con una S -de Spanier- en el centro. El Gobierno francés se deshacía así de refugiados indeseables, Alemania obtenía una preciada mano de obra y España extendía la represión más allá de sus fronteras.

El 20 de agosto, familias completas nos subimos a los vagones de ganado de un tren. No tenía asientos, hacia calor, los más pequeños lloraban... Entre ellas nos encontrábamos la familia Cortés García, de Pechina (los padres y siete hijos), y la familia Quesada Herrerías (los padres y los tres hijos). Después de cuatro días de viaje paramos en una estación y nos hicieron bajar del tren. Vi el cartel de dónde estábamos, pero era totalmente desconocido para mí: Mauthausen. Mi periplo desde la salida de Catalunya continuaba, era el 24 de agosto de 1940. No sabía que el nombre de dicho pueblo llegaría a convertirse en uno de los símbolos del holocausto y el exterminio.

Dicho convoy, con 927 personas en su interior, es considerado como el primero en el que se trasladó a población civil hacia los campos de concentración. En este caso fue por decisión de las autoridades nazis, españolas y del Gobierno de Vichy de exterminarlos.

Una vez en la estación de Mauthausen hicieron bajar al andén a los hombres, quedándose las mujeres y niños en los vagones. Mi hermano Félix tenía catorce años, pero era muy alto para su edad. A pesar de sus protestas y de insistir, diciendo que tenía trece, lo dejaron con el grupo de hombres. A mí, que tenía doce años y que permanecía con mi padre y hermano, un oficial de las SS me levantó en brazos por las axilas y me subió de nuevo al vagón junto al grupo de las mujeres y niños. No sabía que pasarían quince años hasta que volviera a abrazarlos.

En total 470 personas quedaron recluidas en el campo de Mauthausen, de las cuales 409 murieron.

De la familia Cortés-García que había emigrado antes de la guerra civil al Prat de Llobregat, ingresaron en Mauthausen el padre, Francisco, y los hijos mayores de 14 años: José, -herido en una pierna porque fue soldado en la guerra española- Jacinto y Manuel, con 17 y 15 años. Francisco y José quedaron allí para siempre.

4 / Mauthausen

Félix fue el español más joven del campo de concentración: cumplió diecinueve años el día anterior a la liberación. Me contó en más de una ocasión: "Al llegar a Mauthausen, Frank Ziereis, el director del campo, nos dijo a todos los que estábamos allí que no saldríamos por la puerta, que saldríamos por la chimenea del crematorio".

En Mauthausen se dedicó a lavar calderas en las cocinas hasta que el 24 de enero de 1941 fue trasladado al campo anexo de Gusen, donde trabajó en el Bahnbau kommando, grupo de trabajo dedicado a la construcción de una línea de ferrocarril que conectaría la estación con el campo de Gusen. Después volvió a ser enviado al campo central para formar parte del kommando Poschacher, grupo de trabajo compuesto por unos cuarenta jóvenes españoles empleados en una cantera civil propiedad del empresario Anton Poschacher. Permaneció en este kommando hasta pocos meses antes de la liberación del campo, junto a Jacinto Cortés, Manuel Cortés y otro almeriense, Rafael Castillo Díaz.

5 / Kommando Poschacher

El empresario les daba de comer diez calderas al día de nabos que nadaban en abundante agua y unos cuantos cigarrillos al mes. Trabajar en la cantera de Poschacher significaba disfrutar de ciertas ventajas: la posibilidad de salir cada día a su trabajo en el exterior, esquivando durante unas horas la rigurosa disciplina, moverse con libertad dentro del campo, ser tratados un poco mejor, aunque recibían golpes de su kapo, al que llamaban El bigotes.

Puede ser que se lo tomaran con filosofía, quizás por que tenían un arma a su favor, la juventud. Bromeaban con los egoístas o con los que no colaboraban con la solidaridad general. Una vez, por ejemplo, saquearon el armario de un preso privilegiado. El armario estaba repleto de tabaco, ropa y alimentos. Solo le dejaron dos paquetes de cigarrillos y dos mudas con una nota que decía: "Mientras hay gente que pasa frío y que no puede fumar, tu has acaparado la ropa que otros necesitan y los cigarrillos que no pueden tener. Como no queremos ser como tú, te dejamos lo que necesitas para tu uso personal y esperamos que esto te sirva de lección".

Todos los días este grupo de adolescentes salía custodiado del campo principal hacia la cantera, distante entre tres y cuatro kilómetros. Posteriormente se relajó la custodia e iban y venían solos. En una casa situada a mitad del camino vivía la señora Pointner, antinazi que con el tiempo hizo amistad con, entre otros, Jacinto Cortés.

Al no ser considerados políticamente peligrosos, serían excarcelados medio año antes de la liberación del campo. Pero antes de abandonar Mauthausen ayudarían a sacar del campo las fotografías que mostraban la crueldad y la violencia ejercida en él.

Dentro del campo principal y concretamente en el laboratorio de revelado fotográfico, estaban destinados dos españoles, Antonio García y Francisco Boix. Este último fue haciendo una copia más de cada uno de los negativos que les entregaban los SS. Ante el temor de que se descubriese, se las fue entregando a Jacinto Cortés, poco a poco, y este las escondía en la cantera Poschacher.

Jacinto supo que iba a ser trasladado a la ciudad de Linz en pocos días, y le hizo entrega a la señora Pointner de cerca de 20.000 negativos que obraban en su poder. Ella los escondió detrás de unas piedras de un muro del huerto de su casa.

Cuando el campo fue liberado en mayo de 1945, Boix acudió a recoger los negativos. Fue el único español que declaró en el juicio de Núremberg, y sus fotografías pudieron demostrar que Himmler y Kaltenbrunner habían estado en Mauthausen. A mi hermano Félix le pidieron que declarara en dicho juicio, pero declino la invitación.

6 / Y nosotros volvimos de Mauthausen a Barcelona. 24 de Agosto de 1940

Nuestro viaje de incierto regreso duró dieciocho largos días. Según me explicó mi hermano, años más tarde, dicha demora se debió a que en Alemania se discutía qué hacer con las mujeres y niños que iban en ese tren. Mientras unos querían que se nos enviara a un campo de mujeres otros defendían la opción de conducirlo a España y que Franco hiciera lo que quisiera con nosotros. Y así fue, nuestro ingreso en España fue por la frontera de Irún y de allí hacia Barcelona. Cuando llegamos nos encerraron en los pabellones construidos en la plaza de España y que habían servido para la Feria Internacional de 1929.

Estando allí, vino a responder por nosotros nuestra tía Remedios, esposa de Vicente Carretero, hijo de un Guardia Civil asesinado en el Prat de Llobregat por los anarquistas. Este hecho dio facilidad a nuestra tía para que pudiera sacarnos de dicho calvario.

Al cabo de unos meses mi tía Lola vino de Francia hasta Barcelona, para ayudarnos en los años negros de la posguerra. En esos tiempos, nuestra correspondencia con mi padre y mi hermano fue mínima y pudimos hacerles llegar una fotografía con mi hermana.

Crescencio quesada Sánchez

7 / La liberación y el resto de su vida.

Los americanos llegaron al campo un día después del cumpleaños de mi hermano. Según me contó volvían realmente del otro mundo. La muerte no los había querido.

Su reencuentro con la vida fue largo y difícil, física y moralmente. Volverse a acostumbrar a comer, a dormir en una cama, a mirar de nuevo a los hombres como seres humanos, a no temblar a cada segundo esperando el golpe fatal, el capricho homicida de un SS... fue un ejercicio duro, dificultoso, para estos seres que se asombraban de seguir viviendo. Lo que fue el infierno nazi había superado en horror a lo que habíamos conocido o leído en las páginas de la historia.

Al cabo de un tiempo de estar en París pudo contactar con sus tías, que vivían en Draguignan, y allí se dirigió. A partir de ese momento, su vida siempre ha estado ligada al sur de Francia y a su residencia en Montecarlo, ya que trabajaba en el hotel Hermitage, acabando como jefe de piso. Paradójicamente, el hablar alemán le ayudó en su búsqueda de empleo.

Fue miembro activo de la Amical de Mauthausen y asistía regularmente a las reuniones y encuentros. En sus últimos años de vida fue abanderado de dicha asociación, llevando con orgullo la bandera cuando asistían a algún desfile en el que honraban a las víctimas por el sufrimiento padecido.

7 / El reencuentro

Mi madre y mi hermana se reencontraron con mi padre y con mi hermano en el sur de Francia, en Rousset sur Arc. Yo no pude ir, ya que el servicio militar me esperaba. Mi madre se quedó un tiempo con ellos y a los pocos meses sufrió un ataque al corazón y falleció. Mi hermana conoció al que luego sería su marido y se instaló en Rousset sur Arc. Dos de mis tías regresaron a Barcelona, quedándose en Francia una de ellas.

Pude acabar mis estudios de electricidad y entrar a trabajar en la fábrica Seat. Al poco tiempo contraje matrimonio y de viaje de novios fuimos a ver a mi familia. Por fin los pude abrazar, la última vez que los vi fue en la estación de Mauthausen.

Mi padre, Ciriaco, falleció en 1984 después de venir a España una sola vez, en 1980. Desde 1965 Félix venia regularmente a España y yo, junto a mi mujer y mis cuatro hijos, solíamos ir todos los veranos a pasar tres semanas al sur de Francia.

Mi hermano decía: "Yo he hecho todo para poder llegar a ser como todo el mundo, pero me doy cuenta de que no soy como todo el mundo; soy un poco especial porque he quedado marcado".

8 / Mi hermano Félix escribió lo siguiente:

Murieron por aquel camino que eran jóvenes,
murieron mis amigos.
Murieron padres, hijos y hermanos,
que subieron por aquel camino.
Yo soy testigo, porque a la edad de 14 años
junto a mi padre,
también subimos los dos por aquel maldito camino.
Mauthausen, campo triste y siniestro
campo de esclavitud
campo con tus esclavos
que les quitaste la vida y la salud.
En Mauthausen era el invierno
y el humo por la chimenea del crematorio salía lento.
Quemaron miles y miles de republicanos españoles,
que sin poderlos olvidar,
los llevo siempre en el pensamiento.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen