Antonio Luján Garcet

Su historia

Antonio Luján Garcet Nació el 27 de diciembre de 1908 en Posadas, Córdoba.
Deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941. Nº de prisionero 3937.
Transferido a Sachsenhausen el 3 de agosto de 1943.
Fue liberado en abril/mayo de 1945, aunque aparece como "desaparecido" en numerosos registros oficiales.
Falleció en 2005 en Francia.

Antonio era el primogénito de nueve hermanos. Ingresó en el servicio militar obligatorio a los 21 años, siendo Melilla su primer destino. En el Ejército descubrió su verdadera vocación y desarrolló en él su carrera profesional. Cuando se produjo la sublevación militar, ocupó el grado de sargento. Solo dos meses después, en octubre de 1936, aprovechó un breve permiso para casarse con su novia, Consuelo García. Durante la contienda, Antonio se incorporó a la unidad de carros de combate, en la que alcanzaría el grado de capitán. En 1938, su hermano José, que luchaba junto a los rebeldes, falleció en el frente de Badajoz.

Unos meses más tarde, ante el avance de las tropas franquistas, Antonio se exilió a Francia. Allí fue internado en el campo de Septfonds. En noviembre de 1939 fue destinado a una Compañía de Trabajadores Españoles, en la que asumió el cargo de oficial, para defender la Línea Maginot. Fue capturado por los alemanes en junio de 1940. El deportado murciano Antonio Hernández le cita en un documento oficial, como testigo de su detención. Este hecho nos lleva a creer que, muy posiblemente, ambos compartieron cautiverio en su camino hacia Mauthausen. Hay constancia documental de que Hernández pasó por el stalag VIII-C en Sagan (en la actual Polonia) y de que los dos estuvieron internados, más tarde, en el campo de prisioneros XII-D de Trier, en territorio alemán. Dos meses después, fueron embarcados en un tren con 775 republicanos españoles rumbo a Mauthausen, donde llegaron una fría noche de enero de 1941. En el registro de entrada, asignaron a Luján el número de prisionero 3.937. Resulta muy revelador que la profesión que declaró Antonio fue la de "albañil" y no la de militar. Sin duda sabía que decir la verdad podía costarle la vida.

Tras pasar dos años y medio en Mauthausen, en agosto de 1943 fue trasladado a otro campo de concentración, Sachsenhausen. En los archivos de este campo no figura su nombre en ningún registro de fallecidos o de supervivientes. Lo más probable es que, ante el avance soviético, los SS le obligaran a formar parte de la marcha de la muerte que partió del campo la noche del 20 al 21 de abril de 1945. En ella murieron miles de prisioneros. Algunos consiguieron huir y los que sobrevivieron fueron liberados cuando se toparon con las tropas aliadas. De una u otra manera, Luján logró mantenerse con vida.

Antonio Luján Garcet

Cuando fue repatriado a Francia intentó ganarse la vida con trabajos de limpieza en la localidad de Ivry sur Seine, cerca de París. Antonio no podía regresar a la España de Franco pero logró contactar con sus padres y con su esposa. Consuelo, con la hija de ambos, tuvo que cruzar la frontera de forma clandestina. Lo hizo de noche, por la zona de Puigcerdá, próxima a la localidad gala de Bourg-Madame, vadeando un río en el que estuvo a punto de ahogarse.

El reencuentro no fue tan fácil como ambos esperaban. Antonio había vivido un infierno y los recuerdos le atormentaban. Consuelo, se lo confesó años después a la familia: "Estuve a punto de separarme de Antonio, al poco de llegar a Ivry con mi hija, Consuelín. Él estaba como ausente; al venir del trabajo se sentaba, no salía a la calle para nada. No hablaba. Parecía un ser extraño. Yo comprendía todo lo que había pasado en su confinamiento alemán, pero no podía enterrarse en vida. Puedes comprender mi situación, el cariño que sentía por él era muy fuerte, pero me encontraba sola en un país extraño, no conocía el idioma y no veía como hacerle cambiar. Un día se lo dije claramente, o variaba su actitud ante la vida, o marchaba de regreso a España... Parece ser que mis palabras le hicieron efecto. La posibilidad de verse solo le hizo meditar y a partir de ese momento empezó a cambiar".

Antonio comenzó a trabajar en la Renault, empresa que ya no abandonaría hasta su jubilación.

Desde 1965, con la nacionalidad francesa en el bolsillo, todos los veranos viajaba a Cartagena, lugar al que la mayor parte de su familia se había trasladado una vez finalizada la guerra de España. Desde París, tras dos días de viaje en su Renault Gordini, se reencontraba con sus padres y hermanos. Pasaba las tardes jugando al dominó o enfrascado en la lectura de algún libro. En una ocasión regresó a Ivry con sus padres, para que conocieran París.

Juan Almarza le conoció en 1969, cuando era novio de una sobrina de Antonio. Este hombre, al que todos llamaban "el tío Antonio de Francia", le impactó por su formalidad y prudencia, y porque siempre, aunque fuera verano, llevaba camisa de manga larga.

Juan recuerda el día en que Antonio rompió su silencio, en verano de 1972. Se encontraban en la sala de espera de un hospital. En ese momento, sin esperárselo, su tío le comentó que su salud estaba tocada; padecía bronquitis crónica desde su paso por el campo de concentración de Mauthausen: "Me relató cómo había perdido la dentadura, no solo por la mala y precaria alimentación sino por las frecuentes palizas que recibían. Las botas alemanas eran su pesadilla, ya que muchas veces las sintió estrellarse contra su cuerpo. Las huellas quedaban señaladas en su piel durante semanas. Ante mi indignación, me tocó con su mano, y prosiguió de una manera lenta y pausada narrando algunas de las vicisitudes de su cautiverio. Desde el principio tenía un número asignado, que en posición de firmes y con la cabeza descubierta debía decir en alemán a cualquiera que se lo solicitase; idioma que él no conocía ni se lo enseñaron sus carceleros; si se equivocaba al pronunciarlo, la patada o vergajazo era seguro. Aprenderlo fue rápido por razones obvias. Me contó que, de vez en cuando, les levantaban por la noche en pleno invierno, con la excusa de hacer un recuento, y los tenían firmes, con temperaturas bajo cero, varias horas hasta la extenuación. Si alguno desfallecía, sus compañeros intentaban mantenerlo en pie, dado que su muerte era segura si caía al suelo. Algunas veces, por diversión, les azuzaban a los perros, con las consiguientes mordeduras y lesiones. La alimentación era escasa, la sopa era agua cocida con nabos. Pasaban un hambre atroz y si le descubrían con un trozo de pan escondido, la paliza era segura. Lo peor era cuando les llamaban para ser testigos de alguna ejecución. Algunos amigos suyos no llegaron a soportar tanta iniquidad y terminaron suicidándose. Él no podía entender como algunos compañeros que habían sido seleccionados como kapos podían tratar de una forma tan cruel a sus propios camaradas. Y así un año tras otro. Antonio me dijo: "Juan, al final te acostumbras a guardar silencio ante todo, y hacer todo lo que te ordenan sin rechistar". Yo permanecía en silencio. Debió pensar que yo no acababa de creerme su relato; lo cierto es que, de golpe, se levantó la camisa y me enseñó una serie de cicatrices que llevaba en la espalda. "Fruto de los vergajazos que nos daban con mangueras llenas de arena, por cualquier motivo: no ir deprisa en las formaciones, caérsete la piedra que llevabas a hombros mientras trabajabas en la cantera, no saludar…". Entonces comprendí la razón por la que ese hombre siempre iba con camisas largas, incluso durante el verano".

Juan se extrañó mucho de que Antonio hubiera dado el paso de contarle su dura experiencia vivida en Mauthausen, ya que nunca había hablado con su familia de ese tema. Era algo tabú: "La primera vez que estuve en Paris, sobre 1989, nos hospedamos en su casa de Ivry. Antonio no salía a la calle, y decidimos dar una vuelta por el centro de París. Costó mucho convencerle para que nos acompañara. Nos decía que hacía muchos años que no iba a la ciudad. Yo no le observaba interés alguno por lo que estaba viendo, parecía ausente…Le habían quebrantado de tal manera que nunca más volvería a ser aquel Antonio, cuyas correrías de pequeño por las calles de Posadas me contaba la abuela Genara".

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen