Portada Hechos y datos Españolas en los campos

Españolas en los campos

Españolas en los campos

No conocemos el número exacto de españolas que pasó por los campos de concentración nazis. En la base de datos de la Amical de Mauthausen existen 277 casos documentados de deportadas a las que se ha podido poner nombre y apellido. Las estimaciones realizadas por historiadores y expertos elevan esa cifra a un mínimo de 300 y un máximo que rondaría el medio millar. De lo que no hay duda es de que todas ellas compartieron una misma trayectoria: lucharon en la guerra de España, se exiliaron en Francia y allí se incorporaron a la Resistencia.

Su papel en la lucha contra los invasores nazis resultó determinante. Ejercieron como agentes de enlace, correos, espías y no dudaron en colocar explosivos y combatir cuerpo a cuerpo con los soldados alemanes. Lina y Pepita Molina, Neus Català, Conchita Grangé, Pilar Vázquez, Benita Guiu, Paulina Iglesias… La lista de mujeres resistentes es larga y está incompleta. Muchos de sus nombres han quedado relegados al olvido.

La mayor parte de ellas fueron detenidas y torturadas, debido a sus actividades subversivas, por la Gestapo y por la policía de la Francia colaboracionista. Pasaron meses en condiciones muy duras en cárceles como Compiègne, Fort de Romainville, Saint Michel o Loos-lez-Lille. Entre 300 y 500 fueron deportadas, finalmente, a campos de concentración. A bordo de vagones de ganado, realizaron el mismo viaje que, tres o cuatro años antes, habían recorrido los republicanos españoles capturados durante la invasión alemana de Francia. Las condiciones que padecieron en estos convoyes fueron igual o más duras que las de sus compañeros. La práctica totalidad finalizó su viaje en un frío lugar del Reich llamado Ravensbrück, el puente de los cuervos. Situado cerca de la ciudad de Fürstenberg, fue el mayor campo de concentración femenino levantado en territorio alemán. Se calcula que unas 132.000 mujeres, 20.000 hombres y 1.000 adolescentes pasaron por él. Más de 90.000 personas perdieron la vida entre sus muros. Sus guardianas eran aufseherinnen, miembros de la sección femenina de las SS e igual de sanguinarias que sus compañeros.

Españolas en los campos

Las españolas de Ravensbrück sufrieron las mismas vejaciones y malos tratos que los republicanos de Mauthausen o Dachau. Pero, además, su condición de mujeres les provocó muchos sufrimientos añadidos. Nada más llegar al campo les inyectaron un líquido en el cuello del útero para que se les retirara la menstruación. La catalana Neus Català no volvió a tener la regla hasta 1951. Su compañera Alfonsina Bueno arrastró durante toda su vida las secuelas físicas que le provocó ese desconocido producto químico. Ambas vieron morir a muchas amigas en la mesa de operaciones de la enfermería. Ravensbrück fue uno de los lugares en que los médicos de las SS experimentaron con los prisioneros. Català explica otros métodos que los alemanes utilizaron para eliminar a sus camaradas: "Muchas murieron allí. Mi mejor amiga era una viejecita francesa que había sido miembro destacado de la Resistencia. Madame Gauville se llamaba. Siempre estaba a mi lado pero al final la mataron. Un día la tiraron al horno crematorio cuando aún estaba viva. En Ravensbrück se moría de "muerte natural" de mil maneras: por el tifus, disentería, hambre, torturas, inyecciones de bencina en el corazón o en las venas, provocando en estos casos dolores horribles; por unos polvos blancos que te adormecían para siempre jamás; por fusilamientos, destrozadas por los perros, ahorcadas, a palos, aplastadas por los vagones de mercancías o la apisonadora, ahogadas en las letrinas".

Otra amenaza que planeaba constantemente sobre las prisioneras era la de acabar en alguno de los miles de burdeles que los nazis abrieron por todo el territorio del III Reich. Desesperadas por el hambre y las durísimas condiciones del campo, algunas deportadas terminaron por ofrecerse voluntarias para intentar salvar la vida. No hay constancia de que, entre ellas, hubiera alguna española.

Españolas en los campos

Quizás el mayor de los suplicios lo sufrieron las mujeres que dieron a luz en el campo o llegaron a él junto a sus bebés. Existen multitud de relatos que revelan la especial crueldad que demostraban los SS con los más pequeños. Neus Català no olvida los gritos de aquellas madres que, impotentes, asistían al asesinato de sus hijos: "A las madres que daban a luz en aquella época les ahogaban el bebé en un cubo de agua. Cuando el horno crematorio no daba más de sí, se abría una zanja, se llenaba de gasolina y se les prendía fuego. Así desapareció un gran número de niños judíos o gitanos. Las SS les hacían bajar a las zanjas, con un bombón en la mano, bajo el cínico pretexto de protegerles de un bombardeo. Alguna vez lo hacían tan cerca del campo que sus madres oían sus alaridos y se volvían locas de dolor".

Al igual que los hombres, las deportadas destacan la solidaridad como uno de los principales factores que les ayudó a salir con vida de los campos. Unidas como una piña, ayudaron a las más débiles, plantaron cara a sus guardianas e incluso realizaron acciones de sabotaje. Neus Català se especializó en inutilizar los proyectiles que manipulaba en la empresa de armamento de Holleischen en la que trabajaba: "Saboteábamos las balas que teníamos que fabricar. Unas compañeras se dedicaban a cazar moscas y después las poníamos en la zona que albergaba el detonador. Cuando no teníamos moscas, escupíamos. Estoy segura de que muchas de las cajas de balas que salían de allí nunca pudieron utilizarse. Cuando regresábamos a la barraca nos preguntábamos entre nosotras: ¿Cuántas moscas has matado hoy? "Veinte, treinta, cincuenta". Cada mosca era una bala que no serviría para acabar con la vida de algún compañero. Estas pequeñas cosas representaban para nosotras una gran victoria. Era peligroso y si te cogían no lo contabas, pero seguimos haciéndolo hasta el final".

Tras la liberación, si los deportados fueron "los olvidados", las mujeres quedaron relegadas a un rincón aún más marginal de nuestra historia. Desde su silla de ruedas y a punto de cumplir el siglo de vida, Neus Català concluye más resignada que molesta: "No nos hemos hecho valer como los hombres. La gente no sabe que también hubo españolas en los campos de Hitler".

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen