Vicente García Riestra

Su historia

Vicente García Riestra Vicente García Riestra
Nació el 20 de enero de 1925 en Pola de Siero, Asturias.
Deportado a Buchenwald el 24 de enero de 1944. Nº de prisionero 42.553
Falleció en Perigueaux (Francia) el 9 de mayo de 2019.

La sublevación franquista sorprendió a Vicente con solo 11 años en su localidad natal de Pola de Siero. Su padre, Gregorio, fue nombrado jefe de abastecimiento del municipio por las autoridades republicanas. Según avanzaban las tropas rebeldes, Gregorio trataba de convencer a su esposa, Áurea, para que mandaran a sus hijos a la seguridad que podía proporcionarles la Unión Soviética. Ella no deseaba separarse de sus retoños y ambos decidieron, finalmente, que madre e hijos embarcaran hacia Francia para, desde allí, trasladarse a Cataluña. Atrás quedaba Gregorio y otro de sus hijos, que se había alistado en las milicias. Ambos fueron fusilados por los franquistas pocos días después de la caída de Asturias.

Tras un arduo y peligroso viaje, lo que quedaba de la familia tuvo que dividirse aún más. Vicente fue internado en un colegio de Sant Boi de Llobregat donde aguardó el desenlace de la guerra. "El 26 de enero de 1939, -recuerda- escuchamos por la radio que las tropas de Franco entraban en Barcelona. Los maestros nos dijeron que no quedaba otra alternativa que marcharnos a Francia. Cada uno se fue por su cuenta. Yo hice el viaje solo, con una manta que todavía guardo en mi habitación, ochenta años después". Poco antes de cruzar la frontera, fue herido por la metralla de una de las bombas que la aviación alemana lanzaba sobre la masa de civiles y militares que huían en desbandada.

La suerte volvió a sonreír a Vicente en el hospital francés de Le Mans, donde se recuperó de sus lesiones. Una enfermera contactó con diversas organizaciones humanitarias y logró encontrar a su madre: "Fue una alegría enorme. Yo tenía la ilusión de que se hubiera salvado pero no estaba del todo convencido. Y ella creía que yo me había quedado en España".

En la Resistencia

Vicente trabajó en tareas agrícolas para ayudar a su madre a mantener a sus cuatro hermanos. Fue entonces cuando Lucien, el maestro del pueblo en el que vivía, empezó a realizarle extraños encargos: "Ya que vas para allá, ve a casa de la señora "tal" y dile esto… Ella me daba una respuesta que yo trasmitía a Lucien. Así empezó todo". Pocas semanas después, Vicente se integraba oficialmente en la Resistencia haciendo trabajos de correo y de espionaje: "Sobre todo pasaba información sobre los movimientos de las tropas alemanas. Todo fue bien hasta que alguien nos delató. Nos cogieron a 31 compañeros en una operación que comenzó el 20 de diciembre de 1943. A mí me detuvieron el 22. No sé con toda seguridad quién nos traicionó, pero tengo mis sospechas".

Vicente pasó unos días en el penal de Bergerac antes de ser enviado a la cárcel de Limoges: "Ahí fue cuando tuve miedo de que me mataran a palos. Era la Gestapo la que se encargó de nosotros y me dieron varias palizas. Me tumbaban en una mesa y me ataban los pies y las manos por debajo para pegarme a gusto. Al volver a mi celda tenía toda la espalda morada y mis compañeros me la frotaron con agua para calmar el dolor".

Una de las cosas que más sorprendió a Vicente fue que los agentes de la Gestapo le preguntaban las razones por las que su padre había sido fusilado por Franco: "Es otra prueba más de que las autoridades franquistas facilitaban información a los nazis para perseguirnos". Cuando los siniestros hombres de negro determinaron que no podían sacar información alguna de Vicente, le trasladaron a Compiègne para montarle en un tren rumbo hacia el averno.

Buchenwald

El convoy de 2.000 prisioneros, entre los que se encontraba Vicente, llegó a Buchenwald el 24 de enero de 1944: "Bajas del tren y lo primero que ves es una fila de soldados con sus perros preparados para el ataque. Te dan un estacazo en la cabeza o en la espalda y andando hasta el campo. Cuando se abre la puerta y ves dónde estás… el alma se te cae a los pies".

Tras raparle, desinfectarle, humillarle y darle su traje rayado con el número 42.553, Vicente fue a parar al campo de cuarentena. Allí aprendió la disciplina y las normas del campo. Su suerte, el hecho que le salvó la vida, fue ser elegido para trabajar en las cocinas: "La comida era la misma pero podíamos comer más cantidad. Siendo cocineros podíamos echar un litro más de agua y luego servirnos una cucharada más. Eso no impidió que perdiera 40 kilos de peso en el año y medio que pasé en Buchenwald".

Vicente GArcía Riestra

Vicente veía como sus compañeros que soportaban los trabajos más duros "caían como moscas"; aunque lo que le sigue despertando por las noches es la ejecución que presenció uno de esos días: "Era un oficial ruso que habían capturado tras haberse fugado. Le ahorcaron en la plaza de formaciones delante de todos nosotros. Eso siempre lo recuerdo".

La sonrisa vuelve al rostro del luchador asturiano cuando recuerda el momento de la liberación: "La resistencia dio orden de atacar. Cada uno teníamos un lugar y una misión asignada. Los guardianes escaparon; ya no se sentían fuertes en aquellos momentos. Tomamos posesión del campo sin disparar ni un tiro".

Libertad y más lucha

Las tropas estadounidenses llegaron a Buchenwald cuando el campo ya se encontraba en manos de los prisioneros. Semanas después, Vicente fue enviado a Francia junto a la mayoría de sus compañeros: "Mi deseo era reunirme con mi madre y con mis hermanos. Después hubo que buscar trabajo para ganarnos la vida…".

Vicente se quedó a vivir en Périgueux pero viajó repetidas veces a España, tras la muerte de Franco, para cumplir una deuda pendiente: "Quise saber dónde habían enterrado a mi padre. Cuando lo logré… sentí una gran tranquilidad. Después he seguido buscando los restos de mi hermano, al que también asesinaron… No sé seguro si le enterraron aquí o allí, pero al menos tiene una placa en el cementerio. Es una pequeña satisfacción".

Vicente siguió luchando hasta el último día de su vida. Desde su ordenador enviaba emails a ministros y diputados españoles pidiéndoles que aplicaran la Ley de Memoria Histórica. Pese a su avanzada edad, siguió acudiendo a las escuelas para dar su testimonio a los más jóvenes. La situación que vive Europa, y particularmente Francia, no le invitaban a ser optimista: "No sé si en el futuro me criticarán por lo que hice. No sé qué pasará en el futuro... pero el fascismo está otra vez aquí, detrás de nosotros".

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen