Juan de Diego Herranz

Su historia

Juan de Diego Herranz Nació el 16 de mayo de 1915 en Barcelona
Deportado a Mauthausen el 6 de agosto de 1940. Nº de prisionero 3156
Falleció en Barcelona el 9 de mayo de 2003
Información y documentos facilitados por su sobrino Enrique Urraca

Juan era hijo de Joaquín de Diego López y de Sofía Herranz Colorado, originarios de la provincia de Segovia. Su padre, de profesión ferroviario, se instaló en Barcelona, ya estando casado, a principios de siglo. En esa ciudad nacieron los 5 hijos del matrimonio (3 niños y 2 niñas). Juan fue el segundo en venir a este mundo en el seno de una familia de firmes convicciones republicanas. Joaquín era un ávido lector y durante la Primera Guerra Mundial se dedicaba a leerle a sus vecinos los reportajes que se iban publicando sobre el desarrollo de la contienda.

Juan creció en el barrio barcelonés de Fuerte Pío, en el que vivían muchas familias de ferroviarios por la proximidad a la estación de Francia. El joven De Diego estudió en las escuelas públicas de Barcelona. Allí, a pesar del entorno burgués, las clases eran bastante liberales y modernas. Desde el inicio en esas escuelas aprendió a amar la música y la literatura. Posteriormente, se matriculó en la academia Cots donde amplió sus conocimientos. Pero Juan fue, ante todo, un autodidacta. Su gran memoria y el gusto por la lectura le dotaron de una cultura general muy elevada y extensa.

Tenía 14 años cuando se proclamó la II República. Ese día fue a la plaza Sant Jaume donde escuchó el discurso que Lluís Companys dirigió a los barceloneses. Por eso, él siempre se consideró "un hijo de la República". Al producirse la sublevación militar de julio de 1936, se fue voluntario al frente. Tenía 21 años y se integró en una unidad bautizada con el nombre "Rosa Luxemburg", creada por la UGT, que estaba compuesta por alemanes, checos y españoles. En la región de Tardienta, un comisario político le hizo secretario porque sabía escribir a máquina. Más tarde sería nombrado secretario del coronel Blanco Valdés, con quién se quedó hasta el final de la guerra.

En la Retirada, Juan pasó a Francia por Puigcerdá y fue confinado, inicialmente, en el Fort de la Citadelle de Mont Louis. De allí fue llevado al campo de concentración francés de Vernet d'Ariège, donde estuvo 2 meses, y más tarde al de Septfonds. En este recinto se alistó en una compañía de trabajadores españoles del Ejército galo con la que fue destinado a la frontera con Alemania. En junio de 1940 fue capturado por las tropas nazis en la región de Amiens.


Prisionero y resistente en Mauthausen

Comenzó entonces un largo periplo a pie para Juan y para el resto de prisioneros que cayeron junto a él. Durante varios días caminaron sin parar hasta llegar a territorio alemán. En un primer momento fueron concentrados en Aix la Chapelle (Aquisgrán). Desde allí fue trasladado, sucesivamente, a tres campos de prisioneros de guerra: Trier, Núremberg y Moosburg. En este último recinto, el stalag VII-A, fue subido a un tren con vagones para animales y deportado a Mauthausen.

El viaje duró 2 días y dos noches en los que no les dieron ni de comer ni de beber. Juan entró en el campo de concentración el 6 de agosto de 1940. Sin saberlo ni quererlo acababa de hacer Historia. Había llegado a Mauthausen en el primer convoy de deportados españoles, compuesto por 392 republicanos. Los SS le asignaron el nº de prisionero 3156, siendo el cuarto español en ser matriculado en un campo por el que acabarían pasando más de 7.000 compatriotas.

Allí pasó los ocho primeros meses trabajando en la terrible cantera y subiendo piedras de granito por su interminable escalera. Juan sabía que no podría resistir mucho tiempo en ese lugar. Por ello les pidió a los prisioneros alemanes que le enseñaran su idioma mientras acarreaban las piedras. Poco a poco logró ir aprendiendo hasta conseguir un puesto de trabajo como escribiente en las oficinas del campo. Ese cambio le salvó la vida.

Juan fue uno de los integrantes más destacados de la organización clandestina de resistencia del campo. Desde su privilegiado puesto, en la secretaría, pudo ayudar a muchos deportados. Así lo confirman infinidad de testimonios, varias cartas firmadas por sus compañeros, un certificado expedido por la Amicale de Mauthausen de París, misivas de la administración militar estadounidense y de diversas asociaciones de deportados de Polonia, Checoslovaquia y Bégica. Una de sus acciones más destacadas fue la de salvaguardar las pruebas de los crímenes cometidos en el campo, a partir de su labor de registro de las muertes no naturales.

Cuando las tropas norteamericanas liberaron el campo, el 5 de mayo de 1945, Juan de Diego era el deportado que portaba el número de prisionero más antiguo. En ese momento su trabajo de secretario dio un giro determinante. Con otros supervivientes españoles se dedicó, en base al material que había sustraído durante años, a elaborar listados con los españoles que habían perecido en el campo de concentración y en el cercano Castillo de Hartheim. Juan trabajó, codo con codo, con las tropas estadounidenses hasta que el 2 de junio fue repatriado a París.

Aunque su vida en el campo como secretario había sido mucho mejor que la de la inmensa mayoría de sus compañeros, Juan llegó a Francia enfermo de tuberculosis y de otras dolencias crónicas que le obligaron a pasar varios años en casas de reposo y sanatorios. Cuando su salud se estabilizó reinició una vida casi normal en la que no paró de luchar por la Memoria de sus compañeros asesinados en los campos de concentración nazis. Impartió conferencias, organizó actos conmemorativos y participó en la elaboración de numerosos libros, ya que su memoria y la posición que ocupó en el campo le permitieron ser el testigo de muchas atrocidades. También destacó su labor en asociaciones de deportados como la FEDIP y la Amicale francesa. De Diego escribió numerosos artículos relatando sus recuerdos del campo en las revistas que publicaban ambas organizaciones.

Tras la muerte de Franco, Juan de Diego regresó por primera vez a Barcelona. Habían pasado 38 años desde que se había visto obligado a abandonar España. Desde ese momento sus viajes a la capital catalana se fueron haciendo cada vez más frecuentes. En 2001, después de pasar unos años instalado en Perpiñán, se estableció definitivamente en Barcelona. En la ciudad que le vio nacer pasó felizmente los dos últimos años de su larga, dura y fértil vida.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen