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Los amos de los campos

Heinrich Himmler

El eterno número dos de Hitler fue el máximo responsable de la seguridad del Reich y del sistema concentracionario nazi. Su carrera política comenzó en 1923 cuando se unió a las filas del NSDAP. Ese mismo año participó junto a Hitler en el frustrado intento del golpe de Estado que llevaría a su líder a prisión. En 1929 el Führer le nombró Reichsführer de las SS que, en ese momento, apenas contaban con un millar de miembros que ejercían como guardaespaldas de los líderes del partido. Cuatro años después, cuando Hitler alcanza el poder, las SS ya eran un verdadero ejército formado por 55.000 hombres encargados de la seguridad interna y la custodia de la pureza racial. Paso a paso, Himmler acaparó el control de todo el aparato represivo del régimen: unió bajo su mando a las diferentes policías políticas en una sola: la Gestapo; desde 1934 asumió la responsabilidad sobre los campos de concentración y planificó la creación de un verdadero universo concentracionario. Él nombraba a los comandantes de los campos y él dictaba las normas de funcionamiento y exterminio. En los meses finales de la guerra, Himmler traicionó a Hitler y trató de pactar un armisticio con los Aliados. Finalmente, fue capturado por un destacamento británico y, en confusas circunstancias, mordió una cápsula de cianuro y acabó con su vida.

Reinhard Heydrich y Ernst Kaltenbrunner

El número dos de Himmler era el responsable de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA). El SS-obergruppenführer Reinhard Heydrich ocupó ese puesto hasta su muerte en junio de 1942, víctima de un atentado perpetrado en Praga por la Resistencia checa. Le sucedió un no menos sanguinario general de las SS, Ernst Kaltenbrunner. Ellos fueron los encargados de desarrollar y ejecutar las órdenes de Himmler. Heydrich, después de reunirse en Berlín con Ramón Serrano Suñer (ministro de la Gobernación y cuñado de Franco), fue quien firmó la orden de septiembre de 1940 que arrebataba a los españoles la condición de prisioneros de guerra y establecía su envío a los campos de concentración. Kaltenbrunner fue juzgado y ahorcado en Núremberg en 1946.

August Eigruber

Era el gobernador y líder nazi (gauleiter) de Oberdonau, la región de la Austria anexionada por el Reich en que se encontraba Mauthausen. Ese cargo le otorgaba el mando supremo sobre los campos de concentración ubicados en sus dominios. En la práctica, esa responsabilidad la delegaba en el comandante del campo, su amigo Franz Ziereis. Fue juzgado y ahorcado en Dachau en 1946.

Franz Ziereis

Comandante de Mauthausen y, por tanto, de todos los subcampos que dependían administrativamente de él. Comerciante de profesión, el desempleo le llevó a intentar ganarse la vida como carpintero en su Múnich natal. Su destino cambió en el momento en que optó por alistarse en el ejército y después en las SS, donde tuvo una carrera fulgurante. Aún no había cumplido los 35 años cuando fue nombrado comandante de Mauthausen. Su falta de cultura, ya que apenas sabía leer y escribir, la suplió con creces con su crueldad. Ziereis aplicó una máxima en Mauthausen que obligó a cumplir a todos sus subalternos: nadie podía tener las manos limpias de sangre. Sus dos hijos varones, Günter y Siegfried, heredaron el perfil más siniestro de su progenitor. Ambos fueron conocidos por su crueldad con los presos. El mayor, Siegfried, con solo doce años y animado por su padre asesinó a balazos a numerosos deportados.

Ziereis fue capturado poco días después de la liberación del campo por un grupo de soldados estadounidenses a los que acompañaban varios presos de Mauthausen. El comandante resultó herido de gravedad y fue trasladado al hospital de campaña que los norteamericanos instalaron en Gusen. Allí realizó una confesión de sus crímenes y murió en la tarde del 24 de mayo de 1945. Su cadáver desnudo fue colgado por los prisioneros en el antiguo recinto del campo. Sobre su piel grabaron una cruz gamada y la frase «Heil Hitler».

Georg Bachmayer

Ziereis contaba en la comandancia con un ayudante, puesto que ocupó primero Viktor Zoller y, desde 1942, Adolf Zutter. Sin embargo, el oficial que más contacto tenía con los prisioneros era Georg Bachmayer. Tanto es así que los españoles le bautizaron con varios apodos: el Gitano, el Negro y el Tío de los perros. Bachmayer era el schutzhaftlagerführer, responsable de la seguridad del campo. Encargado de mantener la disciplina entre los prisioneros, su mera presencia helaba la sangre de los deportados. En su carácter pesaba el hecho de contar con un físico nada ario, de corta estatura, con una mano medio inútil y la piel bastante oscura. Bachmayer era especialmente temido por su afición a utilizar a su perro, Lord, para torturar y asesinar a los deportados. Tras la liberación, Bachmayer asesinó a su mujer y a sus dos hijas pequeñas. Finalmente, se suicidó de un disparo en la cabeza.

Karl Schulz

El otro personaje clave en la dirección del campo fue el jefe del departamento político, la politische abteilung, sede de la Gestapo en Mauthausen. El SS-hauptsturmführer Karl Schulz se ganó a pulso su apodo, el Pájaro de la muerte. A su cargo se encontraban la cárcel, la cámara de gas y los distintos lugares donde se perpetraban las ejecuciones. Schulz tenía la responsabilidad, y la ejercía con pasión, de cumplir las órdenes de exterminio que llegaban desde Berlín. Otra de sus competencias era mantener al día los registros de entrada y estancia en el campo, para lo que contaba con un grupo de prisioneros secretarios y con el estudio, en el que se fotografiaba a los recién llegados y se retrataba la vida y la muerte en Mauthausen. Detenido en 1946, permaneció 20 años en prisión y, finalmente, fue juzgado por un tribunal alemán. Se les condenó a 15 años de cárcel pero quedó en libertad inmediatamente por «motivos de salud».

Karl Chmielewski

El mayor subcampo de Mauthausen, Gusen, también contó con comandantes a la altura de sus criminales responsabilidades. Karl Chmielewski estuvo al mando desde su apertura hasta el otoño de 1942. Nacido en Fráncfort, no consiguió finalizar sus estudios y fracasó en sus intentos de ganarse la vida como escultor y publicista. El Ejército le dio la oportunidad de ascender y de dedicarse a "gestionar" los campos de concentración. Su primera experiencia relevante la tuvo en Sachsenhausen, que le sirvió de trampolín para convertirse en comandante de su propio campo. Violento y alcohólico, le gustaba participar directamente en la tortura y el asesinato de los prisioneros. Por esa razón hizo suya la idea de un subordinado de utilizar un método novedoso para eliminar a los deportados, "el baño de la muerte". Chmielewski consiguió huir tras la guerra y no fue localizado hasta finales de los años cincuenta. Fue condenado a cadena perpetua en 1961. Su sucesor, Fritz Seidler, también consiguió reunir un amplio currículum en los dos años y medio que ocupó el cargo. Tras pasar por Sachsenhausen y ser segundo comandante en Auschwitz-Birkenau, llegó a la comandancia de Gusen en octubre de 1942. Los prisioneros coinciden en que era un criminal menos impulsivo y mucho más sistemático que Chmielewski. Era de los pocos oficiales que no gritaba, nunca se alteraba y no bebía. En lugar de eso le gustaba golpear y asesinar con sus propias manos. El destino de Seidler tras la guerra no está claro. Algunos datos indican que pudo matar a su familia y después suicidarse; otros apuntan a que logró escapar con vida.

Anton Ganz

Comandante de Ebensee, ubicado a 90 kilómetros de Mauthausen. Este subcampo fue levantado en 1943 para perforar una red de túneles, en las colinas cercanas, destinada a albergar una fábrica subterránea de armamento. Bajo el cruel mandato de Ganz perecieron cerca de 20.000 prisioneros de diversas nacionalidades, entre ellos varias decenas de españoles. Ganz, cumpliendo órdenes de Himmler, trató de asesinar a todos los deportados en los días finales de la guerra. Su plan consistía en trasladarles hasta los túneles y, una vez dentro, provocar un derrumbe masivo con las cargas de dinamita que sus hombres colocaron estratégicamente. Los prisioneros se enteraron de las intenciones del comandante y, el día en que les ordenó marchar hacia las galerías subterráneas, todos se negaron a hacerlo. La cercanía de las tropas estadounidenses impidió que Ganz tomara represalias y, esa misma noche, huyó de Ebensee con sus lugartenientes. Durante más de 20 años vivió con un nombre falso. En noviembre de 1967 fue localizado y detenido. Ocho meses más tarde salió en libertad bajo fianza y consiguió ir demorando su juicio hasta 1972. Aunque fue condenado finalmente a cadena perpetua, el tribunal le puso en libertad debido a su precario estado de salud.

El caso de Ganz sirve a los supervivientes de ejemplo para denunciar el escaso interés que hubo, tras la guerra, por perseguir a los culpables de los crímenes. La persecución se limitó a los principales responsables, algunos de los cuales acabaron refugiados en países como Chile, Argentina o España. Los cuadros medios de las SS y de la Gestapo pudieron rehacer sus vidas sin que nadie les incomodara.


De los cerca de 15.000 miembros de las SS que prestaron sus "servicios" en Mauthausen, solo 200 tuvieron que rendir cuentas ante la Justicia.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen