Antonio Cebrián Calero

Su historia

Antonio Cebrián Calero

Nació el 17 de enero de 1912 en Bormate, Albacete.
Deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941. Nº de prisionero 4442.
Transferido a Gusen el 20 de octubre de 1941. Nº de prisionero 14246.
Falleció en Gusen el 14 de noviembre de 1941.

Elmerida Cebrián Calero sigue viviendo en la pequeña aldea albacetense de Bormate. 80 años después de que su familia se enfrentara a la mayor de las tragedias, la anciana no ha podido olvidar el eterno sufrimiento de su madre; María Antonia perdió a dos de sus hijos por intentar defender la democracia. Uno de ellos pereció en el frente de Cataluña; el otro, Antonio, tras combatir en la guerra como carabinero logró huir a Francia.

Antonio Cebrián Calero pasó varios meses en los terribles campos de concentración en que las autoridades francesas encerraron a los exiliados españoles. Al igual que la mayor parte de sus compañeros, terminó alistándose en el ejército francés para escapar del hambre, el frío y la miseria que imperaba en aquellos inhumanos recintos. Junto a su paisano de Bormate, José Sáez Cutanda, y a su amigo Antonio Hernández, se incorporó a la 25 Compañía de Trabajadores Españoles que realizó tareas agrícolas y de construcción de infraestructuras y fortificaciones en las proximidades de la frontera con Alemania.

La invasión nazi de Francia, en mayo de 1940, le empujó, al igual que a miles de soldados españoles y franceses, a emprender la huida hacia el sur. En el mes de junio fue capturado por los alemanes en la región de Los Vosgos, trasladado al frontstalag de Épinal y, finalmente, enviado al campo de prisioneros de guerra de Sagan (stalag VIII-C) en la actual Polonia. Allí, los soldados de la Wehrmacht que le custodiaban le asignaron el número 56.828. Cebrián Calero, Antonio Hernández y otros 750 españoles compartían cautiverio con prisioneros franceses, holandeses, belgas y británicos. El régimen disciplinario en Sagan era duro, pero se regía por la Convención de Ginebra; los alemanes respetaban, más o menos, los derechos de los prisioneros, que realizaban trabajos en los bosques y en las granjas que rodeaban el campo.

Todo cambió el 1 de octubre de 1940. La Gestapo se presentó en Sagan para seleccionar e interrogar, exclusivamente, a los prisioneros españoles. Cumplían así la orden que había llegado de Berlín el 27 de septiembre en la que se establecía que los españoles debían perder su condición de prisioneros de guerra y ser deportados a campos de concentración para ser exterminados. Una orden que fue dictada por la cúpula del Reich a instancias del cuñado y mano derecha de Franco, Ramón Serrano Suñer.

Los preparativos para su traslado se demoraron casi dos meses; a finales de noviembre los 750 españoles fueron conducidos a la estación de ferrocarril y subidos a un tren rumbo al stalag XII-D, ubicado junto a la ciudad alemana de Trier. Allí permanecieron 56 días a la espera del convoy que les llevó hasta Mauthausen.

Eran las dos de la madrugada de un gélido 25 de enero de 1941 cuando Antonio Cebrián Calero contempló, por primera vez, los macabros muros de granito del campo de concentración. Durante todo el viaje no se había separado de su amigo Antonio Hernández y tampoco lo hizo a la hora de entrar en Mauthausen; los SS les asignaron números de prisionero consecutivos: Cebrián el 4442 y Hernández el 4443. Tal y como consta en el registro de entrada al campo, Antonio Cebrián declaró ser landwirt (agricultor) y, como personas de contacto, facilitó los nombres de sus padres: Bernardo Cebrián García y María Antonia Calero.

Las vivencias de Cebrián Calero en Mauthausen las conocemos gracias a los escritos que dejó su amigo Antonio Hernández. "Los Antonios" estuvieron al borde de la muerte por los malos tratos, la dureza del trabajo y la falta de alimentos. El hambre provocó que ambos protagonizaran, incluso, un episodio de canibalismo (más información en el documental "Antonio Hernández, deportado4443").

En el mes de octubre de 1941 Cebrián tomó la peor decisión de su vida, ofrecerse voluntario para ser trasladado a Gusen. En esa época los prisioneros no sabían que ese subcampo era un verdadero matadero y Cebrián, como muchos otros, pensaba que nada podía ser peor que Mauthausen. Su amigo Antonio Hernández relató este episodio en uno de sus escritos: "Jamás olvidaré hermano Cebrián, como no te olvido a ti, que dejándome en aquel siniestro campo, marchaste a Gusen creyendo mejorar tus penas. Tu suerte se agravó en el cambio de lugar y tú, hecho de roble en los espaciosos campos de la Mancha, sucumbiste como un cordero ante el lobo carnicero".

1.200 españoles fueron enviados a Gusen el 20 de octubre de 1941. A juzgar por el testimonio de los escasos supervivientes del grupo, Cebrián Calero debió darse cuenta desde el principio del grave error que había cometido; tal y como relató años después uno de sus compañeros de viaje, Enrique Calcerrada, el infierno comenzó ya durante el traslado: "El alboroto de la guardia, mezclado con los aullidos de los perros, lanzados al mismo tiempo o por separado, formaban una diabólica comunión, mezclándose con una salsa de patadas, culatazos, mordiscos de perro en las piernas de los más enfermos y débiles, que de mal modo podían seguir la marcha infernal de la columna. Algunos infortunados caían al suelo, impotentes o heridos, dando lugar con ello a nuevos lotes de humillaciones e insultos por parte de los guardias que custodiaban la columna. Para muchos infelices era el comienzo de su fin; sus cuerpos continuaban el viaje colgados de los hombros de sus camaradas que a duras penas podían con los suyos propios. Paso a paso la caravana se estiraba, siempre un poco más, provocando la enloquecida cólera de los guardias. Para remediarlo, estos repartían rociadas de golpes, cada vez con mayor intensidad, en un viaje que no terminaba nunca… La caravana se había estirado ya algunos cientos de metros y los últimos de la cola llegábamos a la llanura cuando los primeros de la columna avistaban el pequeño burgo de Gusen. El peso de los heridos y enfermos nos había fatigado a los demás y los últimos cientos de metros teníamos que hacerlos apoyándonos los unos en otros, todos empujados por un pelotón de SS que golpeaban y gritaban como diablos enfurecidos".

Fernando García Ortega también iba en el grupo; al igual que Cebrián se había apuntado voluntario y no podía creer lo que veía en el nuevo campo: "muchos fueron directamente a la barraca de los inválidos dado su estado físico. La entrada en dicha barraca era lo mismo que decirle 'bueno para el crematorio'. Durante todo el día en nuestro cuerpo no entró ni una gota de agua, pero el comandante del campo y los SS se pasaron el día distribuyendo palos y todas las atrocidades que les pasaban por la cabeza. Era la primera lección del campo, rápidamente me di cuenta que lo que pasaba en Mauthausen no era nada comparado con lo de Gusen".

Ninguno lo podía saber, pero habían llegado al peor lugar en el peor momento. El otoño y el invierno de 1941 fueron los más letales en la historia de la deportación española y 9 de cada 10 víctimas se las cobró el mortífero Gusen. El zamorano Ricardo Rico llevaba varios meses en ese infierno y fue testigo de lo que ocurrió con los integrantes del convoy de Cebrián: "como los pocos empleos y oficios del Campo habían sido ya cubiertos con expediciones anteriores, estos hombres fueron, en su mayoría, afectados a las canteras... Fueron eliminados con una rapidez vertiginosa".

Antonio Cebrián Calero no llegó a sobrevivir ni siquiera un mes. Los SS consignaron su muerte el 14 de noviembre y la atribuyeron, como hacían siempre, a una causa natural: Herzklappenfehler, enfermedad cardiaca. Un total de 84 compatriotas perdieron la vida ese día por "causas naturales"; aquel 14-N fue la jornada que más vidas españolas se cobró en toda la Historia de la deportación. Tres días después, según consta en el listado de entrada en el crematorio, Antonio Cebrián Calero escapó de Gusen convertido en humo y cenizas.

Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen