Joaquín Cantalejo Sánchez

Su historia

Joaquín Cantalejo Sánchez Nacido el 22 de enero de 1903 o 1905 en Ardales (Málaga)
Deportado a Mauthausen el 13 de diciembre de 1940. Nº de prisionero 4662
Trasladado a Gusen el 17 de febrero de 1941. Nº de prisionero 10876
Asesinado en Gusen el 26 de noviembre de 1941

Información facilitada por el investigador Diego Javier Sánchez Guerra

Joaquín nació en la localidad malagueña de Ardales, en el seno de una familia humilde y trabajadora. Casado con Remedios Mora Paz, tuvo dos hijos, Manuel y María. Su oficio, según relata su nieta Isabel Polo, era el de "carguero", o sea, arriero. Tenía un borriquillo con el que iba de acá para allá llevando una carga de productos y trayendo otros. Un duro trabajo con el que se ganaba la vida y el pan diario para dar de comer a su familia.

Según el relato familiar era un hombre que no se había señalado en asuntos políticos hasta que, cuando el ejército golpista avanzaba hacia su pueblo, las autoridades ardaleñas le proporcionaron una escopeta y le ordenaron hacer guardias y vigilancias. De nada sirvió el intento de resistencia ante el poderío militar de los sublevados. La línea defensiva republicana se vino abajo. Joaquín escapó con su mujer y sus hijos: Manuel apenas tenía 3 años y María era un bebé de seis meses. Huyeron con todo lo que pudieron cargar en su burro, esperando, como miles de malagueños de las zonas rurales, encontrar refugio en la capital. Pero Málaga había sido abandonada a su suerte por el gobierno de Francisco Largo Caballero.

Perdida toda esperanza en la defensa de la ciudad del Guadalmedina, la familia Cantalejo, junto a varios centenares de miles de desesperados refugiados, se dirigió a pie a la ciudad de Almería. Comenzaba La Desbandá. Decenas de miles de personas, en gran medida civiles indefensos, fueron brutalmente masacrados, asesinados o mutilados por la aviación fascista y por los bombardeos de los barcos del bando sublevado Canarias, Baleares y Almirante Cervera. El de la carretera de Málaga a Almería es, con diferencia, el peor crimen perpetrado sobre la población civil en la Guerra Civil española. Así lo atestigua una gran cantidad de testimonios, como el del médico canadiense Norman Bethune y el de su ayudante, Hazen Sise, que realizó mumerosas fotos de los refugiados. Este terrible crimen de guerra se silenció durante décadas, hasta que lo rescató del olvido el profesor Jesús Majada Neila.

Joaquín y los suyos lograron sobrevivir a aquella marcha de la muerte y llegaron a Almería. Allí perdemos su pista hasta que la volvemos a encontrar en Francia, tras un breve paso por la ciudad de Valencia. Uno de los traslados lo hicieron en barco, pero no se sabe con certeza si desde Almería a Valencia o de Valencia a Francia. En el barco también fueron testigos de cómo la muerte se cebaba entre los más débiles y frágiles, entre los heridos y los enfermos, cuyos cuerpos eran inmediatamente arrojados al mar.

Exilio y despedida

A su llegada a Francia, la familia Cantalejo fue encerrada en un campo de concentración, al igual que el cerca de medio millón de españoles que había cruzado la frontera huyendo de las tropas fascistas. Los responsables del campo solo les daban algo de harina para hacer gachas y poco más, según recuerda la nieta. Es cierto que las autoridades francesas trataron muy mal a los refugiados, pero el pueblo francés, aunque receloso al principio por las negativas noticias que habían recibido en la prensa francesas acerca de los "rojos españoles", generalmente les ayudó suministrándoles alimentos, ropas, tabaco... a través de las vallas de los campos o mediante donaciones. No se ha localizado documento alguno en los archivos franceses que nos permita saber en qué campo estuvieron los Cantalejo y si permanecieron juntos o, como es más probable, separados: Joaquín en alguno de los recintos destinados a hombres y Remedios junto a sus hijos en un campo o establecimiento para mujeres y niños.

Lo que sí es seguro es que Joaquín acabó alistándose en una de las Compañías de Trabajadores Españoles (CTE) del Ejército francés y fue destinado, según relata su nieta, a la Línea Maginot. Cuando se separó de Remedios, ninguno de los dos sabía que en el interior de ella se estaba gestando una nueva vida. Unos meses después, ya en un avanzado estado de gestación, la valiente mujer decidió regresar a España para garantizar la supervivencia de sus hijos. Fueron semanas caminando, sufriendo hambre, necesidades y todo tipo de privaciones, con sus dos niños pequeños, a los que se unió por el camino una hermanita: Remedios, que nació en Riudaura (Gerona). Llegada a Ardales con sus hijos recibió la ayuda de algunos conocidos y de algunos familiares, especialmente de la abuela materna, pero aun así pasaron muchísimas necesidades y calamidades en los siguientes años. Sus hijos tuvieron que ponerse a trabajar a una edad muy temprana, Manuel, criando cerdos y su hermana María, sirviendo en una casa. Como "salario" ambos solo recibían algunos alimentos.

Mientras tanto, Joaquín trabajaba con su compañía cerca de la frontera de Alemania. Lo sabemos por las cartas que enviaba desde allí. Una de ellas llevaba en su interior una fotografía de él, en cuyo reverso escribió estas letras dedicadas a su madre: "Recuerdo De ijo Joaquin Cantalejo Sanchez De Frasia". Estas misivas llegaban a casa de sus padres, con los que, al parecer, Remedios no tenía buena relación. Todo empeoró cuando ella empezó a trabajar en el único sitio donde le ofrecieron trabajo: un bar. Con lo mal visto que estaba en la época, Joaquín, enterado por su familia, rompió con ella. Remedios quedó con el alma y el corazón completamente destrozados.

Dos cartas que sonaban a despedida

Joaquín fue capturado por las tropas alemanas en junio de 1940 y enviado al Stalag V-D situado en Estrasburgo. Allí recibió el número de prisionero 3095. En este campo de prisioneros de guerra también estuvo otro ardaleño, Pedro Sánchez Muñoz, por lo que es muy posible que ambos pertenecieran a la misma Compañía de Trabajadores Españoles. En este recinto, según hemos podido saber gracias al testimonio de Joan Keyner, recogido en la edición francesa del libro de Montserrat Roig Los catalanes en los campos nazis, se pasaba bastante hambre. Se distribuían, de vez en cuando, cuatro o cinco kilos de arroz entre los prisioneros, por lo que robaban lo que podían, como la cebada de los caballos que, tras ser bien molida, era hervida. Aprovechaban también las peladuras de las patatas, las cuales cocían antes de saborearles como un auténtico manjar.

La familia de Joaquín únicamente conserva de él alguna que otra vieja y ajada foto y dos cartas que les escribió; la primera iba dirigida a su familia en la persona de su hija María y la segunda a su hermano. No sabemos desde dónde ni en qué fechas las remitió (tampoco hemos podido verlas todas, aunque sí acceder a su contenido), pero tuvo que ser poco antes de su captura por los alemanes o bien poco después, cuando estaba recluido en el Stalag de Estrasburgo. Se trata de dos breves epístolas en las que el tono cariñoso de la carta que dirige a su hija, que tiene un regusto a despedida definitiva, contrasta con el tono fatalista y sincero con el que escribe a su hermano.

Esta es la carta que recibió María:

Apresiable y querida hija Recuerdo de tu queridísimo padre Resibe este Recuerdo en tu coraso que ba de la Manos de tu padre que te quiere de coraso y no te olvida ni tan solo un mumeto y lo es Joaquin Cantalejo Sanchez

Y esta otra la que remitió a su hermano:

Querido hermano, haz lo que puedas por mis hijos. Mira por ellos porque yo no puedo.

El deportado 4662

En el Stalag V-D de Estrasburgo permanecieron como prisioneros de guerra de los alemanes miles de republicanos, hasta que entre septiembre de 1940 y enero de 1941 fueron trasladados a Mauthausen. Fue en once transportes ferroviarios donde viajaron unos 3.385 españoles. De todos ellos, el transporte o convoy más numeroso fue el que arribó el 13 de diciembre de 1940. En él se encontraban los ardaleños Joaquín y Pedro. Así describió ese viaje el superviviente alicantino José Jornet Navarro: "Los de la Gestapo nos dieron mantequilla y manzanas ¡imagínese! Y nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que estaba precintado, con vómitos, diarreas y sin saber a dónde íbamos".

La noche del 13 de diciembre de 1940, a eso de la una o las dos de la madrugada, el tren realizó la última parada en la estación de un pueblo llamado Mauthausen del que casi ninguno de los pasajeros había oído hablar. El invierno austríaco era muy crudo, inhumano y daba mordidas de veinte o veinticinco grados bajo cero a unos hombres que carecían de ropajes y de una vestimenta mínimamente decente para combatir esas temperaturas. Los prisioneros salían aturdidos de los vagones por el largo viaje, las duras condiciones, el cansancio, el hambre, la desorientación, el frío... fuera les esperaban los SS, que los recibían con sus feroces perros y un amplio repertorio de insultos y golpes en un idioma que, a base de palos, iban conociendo a la par que odiando. Obligados a formar junto a la estación, fueron forzados a marchar al trote abriéndose paso por la nieve y el gélido viento bajo una copiosa nevada en dirección al que sería un horroroso destino lleno de torturas, muerte y sufrimiento: el campo de concentración de Mauthausen. Por el camino más golpes e insultos. Algunos nunca llegaron a completar el recorrido, pues murieron durante el trayecto como solía ocurrir con frecuencia.

En el interior del campo, nada más llegar y bajo un frío terrible, formaron en la apple platz. Allí uno de los oficiales de las SS les informó de lo poco que debían saber y les indicó, con siniestra sorna, cuál era la única salida del campo. Así recordaba aquel discurso José Jornet: "Vosotras, españolas, mariconas, el único camino de salida son las chimeneas del crematorio".

Tanto a Joaquín como Pedro, al igual que el resto de los españoles, debió helárseles la sangre cuando escucharon aquello... La noche la pasaron en unos barracones durmiendo en el suelo. Al siguiente día fueron despojados de sus pertenencias, de sus ropas, de los pocos recuerdos que podían tener de sus familias (fotos, cartas...) y llevados a su proceso de deshumanización: les raparon el pelo de la cabeza al completo y les rasuraron todo el vello del cuerpo, después les rociaron con un producto antiparásitos que les quemaba la piel. Seguidamente los condujeron a las duchas donde alternaba el agua hirviendo con el agua helada. Tras ello les proporcionaron los uniformes de prisioneros y unos incómodos zuecos de madera como calzado. Los más curiosos se dieron cuenta de que el uniforme llevaba un triángulo azul con una S dentro y los presos más veteranos les explicaron que era el símbolo con el que el colectivo de los republicanos españoles era identificado en Mauthausen: apátridas españoles, una total incongruencia.

Les tomaron sus datos personales (fecha de nacimiento, lugar de procedencia, oficio, credo...) y les asignaron un nuevo registro numérico. Tanto Joaquín como Pedro, los primeros ardaleños en llegar a Mauthausen de los cuatro que finalmente pasaron por este infierno, recibieron sus números: el 4662 y el 5262, respectivamente. Como al resto de compatriotas los clasificaron como Rotspanier, "rojos españoles".

Como bien se sabe, gran parte de los republicanos españoles que tuvieron la mala fortuna de ir a parar a Mauthausen fueron enviados a la cantera que explotaban los SS, la Wiener Graben. Allí realizaban trabajos de extrema dureza, acarreando piedras a sus espaldas ascendiendo pesadamente por la tristemente famosa "escalera de la muerte". Otros muchos debieron realizar otros trabajos, como llevar piedras hasta las barcazas del Danubio, excavar y aplanar los terrenos, ejecutar las obras de ampliación del campo...

Gusen, destino final

En el campo central de Mauthausen no pasaron demasiado tiempo los dos ardaleños, ni tres meses, pues el 17 de febrero de 1941 fueron enviados a Gusen. Desconocemos si fueron como voluntarios, pensando que sería un destino menos malo, o forzados por los SS debido a que estaban débiles o enfermos y ya no eran aptos para trabajar. Gusen era un subcampo de Mauthausen ubicado a unos 4 kilómetros del campo central. Llegó a tener tal entidad que contó con un registro de prisioneros propio. Cuando se decidió instalar una trituradora de piedra, el trabajo se encomendó principalmente a los españoles que, desde Mauthausen, habían sido trasladados a Gusen a lo largo de 1941. Entre sus muros hallaron la muerte unos 3.900 españoles, sobre todo en los meses del invierno de 1941-1942, entre ellos los cuatro vecinos de Ardales.

Nada de todo ello podían imaginarse Joaquín y Pedro aquel 17 de febrero de 1941 en el que atravesaron por primera vez las puertas de Gusen. Allí les asignaron una nueva numeración: Joaquín recibió el número 10786 y Pedro el 10728. El día a día de los prisioneros españoles en Gusen era muy duro y las condiciones resultaban mucho peores que en Mauthausen; el deportado turolense Pascual Castejón Aznar, nos dejaba estas impresiones sobre este siniestro subcampo: "La mayoría de los presos sólo aguantaba tres o cuatro meses con vida. Cuando el agotamiento se apoderaba de los prisioneros, se les trasladaba a la barraca de los inválidos. Allí... les daban la mitad de la ración, con lo cual la muerte llegaba antes. Así, los muertos, de todas las nacionalidades, se contaban por millares... Cuando mi decaimiento fue tal que ya no pude trabajar ni andar, me ingresaron en una de las barracas de inválidos. En ellas, concretamente en la 31 y en la 32, se llevaron a cabo las mayores matanzas del campo. Allí se trasladaba a los más débiles y se les dejaba morir de hambre. Muchos no podían con tal sufrimiento y acababan lanzándose contra las alambradas electrificadas para poner fin a su vida. A otros, sin embargo, nos faltaba coraje para ello, y además aún albergábamos la esperanza de poder salir con vida de allí".

Entre ocho y nueve meses pudieron sobrevivir los dos ardaleños en este subcampo, un tiempo auténticamente récord si tenemos en cuenta los malos momentos que corrían y las penalidades y privaciones por las que pasaban. Pedro murió un 27 de septiembre de 1941 y Joaquín lo hizo dos meses después, el día 26 de noviembre. Ese fue el mes en que más españoles murieron en Gusen: 930. Pedro, según los documentos del campo de concentración y que obran en los archivos de ITS, murió a las 07.30 horas a causa de una neumonía lobar, mientras que Joaquín falleció a las 02.00 horas de una gripe intestinal. Nunca sabremos si esas fueron las causas reales de sus muertes porque los SS encubrían sus asesinatos registrándolos como fallecimientos por cualquier clase de enfermedad "natural".

Los cuerpos de Joaquín y Pedro, huesos revestidos de una fina piel adherida casi transparente, tuvieron que esperar varios días amontonados en la confusión y el siniestro anonimato de un amasijo de cadáveres antes de ser liberados en forma de humo y cenizas. Los hornos crematorios no daban abasto ante la masiva muerte de prisioneros.

Muchos años después, un día que ya no se olvidaría jamás, llegó a Ardales una carta procedente de Alemania. Como ni Remedios ni su hija María, madre de Isabel Polo, sabían leer, tuvieron que ir al Ayuntamiento para que les explicaran lo que ponía en esa misiva. En aquella carta iba mecanografiado el negro destino de Joaquín y de esta forma se enteraron de su muerte. "Mi abuela vivió siempre con la esperanza de que volviera algún día", cuenta Isabel. "Cuando le dieron la noticia de que mi abuelo había muerto, se vistió de luto y para ella fue el final de la esperanza", sentencia su nieta. Y es cierto que muchas familias de deportados españoles no se enteraron de su suerte hasta años después, en algunos casos, hasta décadas después. Y algunos otros, no llegaron a enterarse nunca.

Agradecimiento final

Hemos tenido la enorme suerte de contar con la memoria y los recuerdos familiares de la nieta de Joaquín, Isabel Polo. Recuerdos heredados de su madre y de sus tías y custodiados por ella con tesón y orgullo junto a unos pocos documentos, alguna que otra vieja foto y una o dos cartas de su abuelo. Los pocos datos sobre las circunstancias que le obligaron a marchar de España y que conocemos de él, Isabel los ha podido compartir en internet en el marco del proyecto De Andalucía a Mauthausen, promovido por la profesora del IES Sierra de Yeguas, María José García Notario. Loable y necesaria labor la que realiza esta profesora en favor de la recuperación de la memoria y de las historias de los deportados andaluces a los campos de exterminio nazis y su difusión entre el alumnado.

Enlace al blog Aires de Monda

https://airesdemonda.blogspot.com/2021/01/joaquin-cantalejo-sanchez-un-ardaleno.html
Con la colaboración de l'Amicale française de Mauthausen